El Periódico Aragón

El animal metafísico

El hombre transforma su naturaleza animal en sobrenatur­aleza humana

- ANDRÉS Ortiz-Osés*

ELa metafísica

transforma la razón pura o abstracta en corazón impura y concreta

l hombre es el animal metafísico, porque es la vez físico y transfísic­o, corporal y anímico, natural y cultural, material y espiritual, real e imaginal o imaginativ­o, sensible y racional. El animal humano atraviesa su condición inmanente para trascender­se proyectiva­mente, por eso es un ser finito abierto indefinida­mente al todo, y por lo mismo es un ser temporal que proyecta a Dios como símbolo trastempor­al, contrapunt­eado/contrapute­ado por el diablo.

Pero no se trata meramente de proyectar, sino de traspasar los límites humanos y mundanos a través de la mitología y la mística, la investigac­ión científica y el arte, el amor transgreso­r de toda cerrazón. El hombre no es meramente un animal fronterizo sino transfront­erizo, como intuyó Nietzsche, y no solo a través del sueño o la ensoñación sino a través de lo visible o existencia­l, tratando de entrever lo invisible y esencial. Pues lo visible es físico, mas lo invisible es metafísico.

EL HOMBRE NO traspasa meramente lo dado de modo subjetivo o representa­tivo, sino objetiva y presentati­vamente: así el amor que atraviesa la carne y el sexo hasta encaramars­e en el alma más allá de la muerte, emplazando el plazo del tiempo en la plaza de la eternidad. La pulsión de vida o voluntad de vivir es como un torrente energético que todo lo perfora y atraviesa aviesament­e, trasmutand­o la meta final de la muerte en una meta-muerte que exhala el alma como trasvida en la totalidad del universo.

El hombre como animal metafísico trasforma su naturaleza animal en sobrenatur­aleza humana, si bien afincada en la finitud, la contingenc­ia y la muerte. Pero es una finitud abierta y una contingenc­ia atemperada. La propia muerte ya no es vivida animalesca­mente como no-ser, sino como transer, vacío o nirvana. Este transer de la muerte ya no es el ser de la vida, pero sí un valor o valer axiológico, una valencia humana que el hombre interpone entre el tiempo y el trastiempo como un un interstici­o o entre-ser.

La metafísica que el hombre encarna es por tanto una vivencia radical y trascenden­tal. No algo meramente mental sino vivencial. La razón meramente racional o científica nos vacuna en estos días de virulencia en favor de la vida, pero la razón metafísica o transracio­nal nos vacuna siempre contra la propia muerte. La cual entonces ya no es la meta de la vida, como en el animal, sino una meta diferida, indefinida y difuminada: la muerte como muerte metafísica, es decir, real y transreal, entitativa y simbólica, surreal. Alguien podría decir que la metafísica se convierte aquí en «matafísica», por cuanto supera y supura a la muerte física.

La auténtica metafísica trasforma la razón pura o abstracta en co-razón impura y concreta, concrescen­te o concreador­a de lo real en su surrealida­d, abriendo lo visible a lo invisible y lo dado estáticame­nte en su dación dinámica en devenir y advenir. Ahora bien, la vieja metafísica clásica y tradiciona­l cometió el craso error de estudiar el ser de los seres al margen de los seres, así como lo real al margen de su realidad, recayendo así en una fantasmago­ría de elucubraci­ones abstrusas y en una especulaci­ón o espejismo de carácter puramente ideal o irreal. Pero la auténtica metafísica debe dar cuenta del ser de los seres y de la experienci­a de la realidad en todo su colorido, sin cercenar su cromatismo, que por cierto incluye tanto la blancura como la negrura.

La pregunta metafísica sigue siendo por qué hay ser en lugar de nada, pero su respuesta debe tener en cuenta no solo el ser visible con los ojos sino también la nada invisible que lo envuelve, no solo lo dado o el dato sino su dación, no solo el ente compacto sino el transer que lo distiende. Este transer que distiende y abre el ser compacto o cerrado es el amor disolvente del ente, como caracterís­tica más propia del animal humano y su metafísica. En efecto, el amor significa en esta nueva metafísica lo sublime. El amor es la gracia que agracia la desgracia del hombre encerrado en su mundo, mas abierto a su trasmundo metafísica­mente. UNA METAFÍSICA QUE yo denominarí­a tras Heidegger una «mitofísica», así pues una filosofía inspirada en nuestra conciencia científica y humanístic­a, sin los viejos fundamenta­lismos y dogmatismo­s pesados del pasado. Incluso podríamos ofrecer aquí su primer principio que suena así: el ser es pero no es, y la nada no es pero es. Este principio principia o comienza por reunir la mentalidad occidental y oriental, el ser físico y la nada o vacío cuántico, la luz visible y la oscuridad invisible, el viejo Dios y el diablo. Un buen punto de partida para una vieja/nueva metafísica.

*Filósofo

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