Comparaciones que duelen
Para sanar enfermos, diseñar edificios o impartir justicia se requiere una carrera de Medicina, Arquitectura y Derecho. No así para ser profesional de la política. Basta con «ser español, mayor de edad y no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme».
Con tampoco requerimiento, con buena labia y una buena planificación de la campaña política, se puede llegar incluso a formar parte del gobierno de la nación. Pero llegado a ese punto, si el político no quiere mear fuera del tiesto, cuando públicamente haga un comentario, si no está lo suficiente informado o no está bien asesorado, mejor sería que se lo ahorrará. Eso le ha pasado a Pablo Iglesias, cuando llega a poner al mismo nivel el exilio del burgués Carles Puigdemont, con aquellos millones de españoles republicanos que tuvieron que vivir la tragedia del exilio huyendo de una dictadura.
La tristeza, la vida, el hambre, su mundo perdido. Las mil miserias de una guerra que soportaron hombres mujeres y niños, en campos de concentración en condiciones inhumanas. Pero si el actual vicepresidente desconocía la tragedia de quienes tuvieron que abandonar su país por defender la legalidad democrática, quiero suponer que estará más al día de las andanzas del tecnócrata que la atacó y vive a cuerpo de rey en Waterloo. Con sus tejemanejes independentistas desde la distancia, en la creencia de ser el presidente de una república que no existe.
En su buena mansión y pagando gruesas minutas a sus abogados condonaciones de empresarios independentistas y simpatizantes.
Pero estos ya empiezan a flojear, sea por la crisis económica que nos trajo la pandemia o porque «la pela es la pela».