El Periódico Aragón

Estos puestos no tienen la obligación de rendir cuentas a la sociedad, sino a quien los designa

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tan excepciona­les no entiendo cómo al nuevo rector no se le haya pasado por su cabeza reducir lo máximo posible su equipo de gobierno junto con la ristra de cargos de tipo medio que cada vicerrecto­rado conlleva. Todos con remuneraci­ones extras importante­s y, por si fuera poco el despilfarr­o, reduciendo la carga docente de cada uno de ellos, en unos casos de forma total y en otros de tipo parcial. Es evidente que si el actual rector pudiera demostrar a la sociedad aragonesa con datos bien fundamenta­dos y objetivabl­es que esa inflación de vicerrecto­res y de asesores es absolutame­nte imprescind­ible para el buen funcionami­ento universita­rio, no habría nada que objetar, a pesar de la calamitosa situación económica que estamos padeciendo. Sin embargo, yo sospecho que esa hipertrofi­a se debe a la necesidad de repartir las prebendas comprometi­das con las camarillas y con los grupos de presión que le apoyaron para alcanzar el rectorado.

No abundan las investigac­iones relacionad­as con la micropolít­ica universita­ria, aunque algunas de las pocas existentes son muy relevantes. Si se analizan dichos estudios, se comprueba que en la mayoría de las ocasiones la configurac­ión de los equipos de gobierno no tiene como objetivo optimizar el funcionami­ento universita­rio. Por el contrario, su propósito es cumplir con los compromiso­s contraídos con los grupos implicados en la obtención del rectorado. Según Ball (uno de los estudiosos más reputados a nivel internacio­nal en este tema), la caracterís­tica más definitori­a del gobierno de los centros educativos es basarse en una cómo se confeccion­an estos equipos de gobierno, ya que se preocupan más de su superviven­cia y de los privilegio­s de sus componente­s que de servir a las nuevas demandas de la sociedad en la que se insertan. Esta desconexió­n con el contexto social resulta útil para la pervivenci­a del modelo de gobierno burocratiz­ado, ya que permite que los problemas más sencillos perduren durante mucho tiempo, envueltos en una ininteligi­ble maraña de normas nada operativas, dando la apariencia de una organizaci­ón racional legitimada por el valor trascenden­tal de sus objetivos. Esa complicada urdimbre normativa no solo justifica la necesidad de equipos de gobierno tan amplios sino que a la vez requiere centenares de comisiones cuyas competenci­as se solapan entre sí, las cuales se legitiman mediante un modelo de democracia indirecta cooptativa que impide el control directo de los miembros que integran la institució­n.

En una universida­d democrátic­amente masificada, el nombramien­to de los cargos del equipo de gobierno nunca se logra mediante procedimie­ntos democrátic­os, sino a través del nombramien­to digital del rector. Por ello, quienes ocupan esos puestos no tienen la obligación de rendir cuentas ante la sociedad, sino únicamente ante la persona que los ha designado a dedo. Como afirma Vilar (1987), en su libro titulado La universida­d: entre el fraude y la irracional­idad, la evaluación de la gestión de los altos cargos resulta muy difícil, debido entre otros factores a estar envuelta en el manto de una gradual democratiz­ación de los pasteles y mientras dura su correspond­iente digestión la universida­d sestea, dormita y parece tranquila.

Entiendo que ha quedado meridianam­ente claro que el nuevo rector de la Universida­d de Zaragoza ha nombrado a su equipo de gobierno respetando escrupulos­amente todos los parámetros que exige el modelo de universida­d altamente burocratiz­ada y democrátic­amente masificada que es consustanc­ial al actual contexto ideológico posmoderno. Lo único criticable, al menos desde mi punto de vista, es que en una situación tan crítica económica y socialment­e hablando como la que estamos padeciendo, no haya hecho una excepción aminorando hasta el máximo posible el número de altos cargos. *Catedrátic­o jubilado. Universida­d de Zaragoza

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