4BO 7BMFSP TBCF B SPTDÒO
4V OPNCSF ZB MP EJDF UPEP 4BO 7BMFSP QBUSÒO EF ;BSBHP[B GVF FM WBMFSPTP PCJTQP EF MB DJVEBE RVF WJP MB MV[ QPS WF[ QSJNFSB FO VOB JOEFUFSNJOBEB GFDIB EFM TJHMP *** CBKP FM NBOUP DFMFTUF EF MB JONPSUBM $BFTBSBVHVTUB CPSEBEP IBDÍB ZB USFT TJHMPT QPS MB 7JSHFO EFM 1JMBS BOUF FM "QÒTUPM 4BOUJBHP BM DPNQÂT TVTVSSBOUF EF MBT BHVBT EFM &CSP
Sus hagiógrafos dicen de San Valero que fue uno de los más distinguidos teólogos de la Iglesia y de los hombres más sabios de su tiempo. A pesar de ello, la circunstancia de ser balbuciente le impedía comunicarse con los fieles, labor pastoral en la que el diácono oscense San Vicente (cuyo nombre significa vencedor) le sustituía como brillante portavoz.
Un binomio que también caracterizó en aquellos tiempos al imperio de Roma, gobernado desde el año 285 por dos emperadores: Diocleciano y Maximiano. A ambos les unió su determinación para que, mediante decreto, se persiguiese sin tregua a los cristianos. Una orden que, en el particular caso de España, llevó a cabo con suma diligencia el procónsul Daciano, quien nada más llegar a Zaragoza ordenó que prendieran al obispo Valero y a su diácono Vicente y los condujeran a Valencia con la finalidad de que, mediante torturas, renunciaran al cristianismo.
Desesperado el procónsul porque a pesar de los tormentos a que fueron sometidos los prelados aragoneses no renunciaban a su fe, Daciano decidió el destierro de San Valero a un lejano pueblo de la Ribagorza, mientras sometió al suplicio a San Vicente, quien murió mártir en la capital del Turia en torno al año 304. Mientras tanto, San Valero, entregado por completo a la oración en su aldea del Pirineo aragonés, murió hacia el año 315, tras haber ocupado, desde el 290, la silla episcopal de Zaragoza.
Y continuando con los binomios: al igual que un mañico sin la cabeza atada, qué sería de San Valero sin su adjetivo de rosconero, además de ventolero. Pues eso, que el nombre de San Valero es sinónimo y sabe a roscón, más rico aún, si cabe, acompañado de una taza de «chocolate de los forasteros», que así llamaban los zaragozanos del XIX al rico cacao que también ahora acompaña a veces al roscón de San Valero.
En el caso del roscón de San Valero, la tradición entronca con las romanas fiestas Carmentales
(en honor de la profetisa Carmenta, diosa de las fuentes y de la adivinación) que se celebraban el 15 de enero y tenían como finalidad predecir el futuro, especialmente el de los niños. Y llegados aquí, hay que señalar que coetáneos de San Valero y perseguidos al igual que él y San Vicente por Daciano, fueron los santos niños hispanos Justo y Pastor a quienes el procónsul romano también sometió a la muerte del martirio.
Lagartija de doble cola
De este modo, la festividad de San Valero puede tener sus más profundas raíces en la asimilación de una arraigada celebración precristiana de la que el santo aragonés (que habría hecho brotar una fuente –recordemos que Carmenta era la diosa de las fuentes– en Cariñena, durante su forzado viaje a Valencia) pasa a ser el nuevo protector de la ciudad, atribuyéndosele el profético poder de la diosa romana. Una hipótesis que estaría reforzada por el hecho de que la campana Valera (así llamada en honor del patrón de Zaragoza) de la catedral de La Seo, lleva grabada junto a la figura de San Valero una lagartija de doble cola, que simboliza el oráculo, es decir, la respuesta a las peticiones de los fieles. Reza además así una de las inscripciones que adornan a esta campana: «Convoco [San Valero] al pueblo, hago huir las tormentas y adorno las fiestas».
Y volviendo al roscón de San Valero, en su forma circular entronca con la casca de Valencia, ciudad en la que como hemos visto, el patrón de Zaragoza estuvo junto a San Vicente. La casca, compuesta de mazapán, cidra o batata, y cubierta de azúcar, tiene la forma de una anguila enroscada. Dulce círculo que también es el roscón (dulciaria spirale, en latín) y cuya forma no es casual, pues en su bimilenario origen pudo remitir al orbe y al sentido cíclico de la vida en el año nuevo que acabada de comenzar. Compartir esa dulce rosca con alegría provocaba a su vez la colectiva ilusión de adivinar a quien iba a tocarle la sorpresa que el esférico bollo escondía. Al fin y al cabo es la misma ilusión que sentimos hoy en día. Poco o nada ha cambiado. Seguimos con la vista y la vida fija en las predicciones (del tiempo, de la economía, de la pandemia…) de nuestro futuro, en suma.
Por eso, qué mayor alegría que la de poder disfrutar un año más de la fiesta del glorioso San Valero, patrón de la inmortal ciudad de Zaragoza y la de saborear su original, sabroso y afamado roscón. Una redonda exquisitez y asegurada dulce sorpresa.