San Valero al abrigo del sol
La fiesta zaragozana, fría por las restricciones del covid, lució sobre todo en el calor de las calles Las tradiciones a cubierto como la misa en la Seo y las visitas al ayuntamiento mantienen su afluencia
Ni frío ni cierzo, ni música de viento en el festivo que reunió a mucha gente en las calles pese a no haber actos
No son capaces los pasteleros zaragozanos de calcular cuántos roscones venderían ayer. «No habrán sido menos de 300.000», dijeron desde la asociación de pasteleros, una de las pocas que no se ha visto afectada en la festividad del patrón de Zaragoza. No hay mucho que explicar, todo fue raro. Sobre todo en la plaza del Pilar, que habitualmente se viste de gente para compartir roscón y chocolatico de EL PERIÓDICO y que este año lució vacía en sus primeras horas. No había bizcocho gigante, ni cabezudos, ni música, y casi ninguna actuación. Todo quedó en versión íntima dentro del ayuntamiento, donde el alcalde, Jorge Azcón, acompañó al primer grupo de visitantes en buena parte del recorrido. Lejos del salón de la ciudad, el clima tampoco se asemejó al clásico San Valero ventolero.
Sí hubo una fila, no obstante, a las puertas de La Seo, donde se alistaron unas cuantas decenas con la esperanza de acceder a la catedral zaragozana. Solo unos poco tuvieron suerte, los que accedieron a la misa pontifical que a las 11 de la mañana acogió a una parte de la corporación. Hubo quien se quedó con las ganas de venerar al santo patrón, del que se conserva en San Salvador el busto relicario, aquel que cuentan que Alfonso II trasladó hasta Zaragoza en el siglo XII desde Roda de Isábena. El covid no tiene piedad.
A pie de calle, el ambiente era muy distinto al de años anteriores, aunque había una imagen que se repetía: la de las filas en las pastelerías para comprar un roscón. Más allá de eso, muchos zaragozanos aprovecharon el día festivo para salir a pasear y cumplir, en la medida de lo posible, con la tradición del día. «Estamos esperando para entrar a la Seo, sí, venimos todos los años. Si tengo 80 años, 80 años que he venido, pero creo que este año nos vamos a quedar sin entrar», decía un matrimonio mayor a las puertas de la catedral.
Delante de ellos, un señor de la organización explicaba a los feligreses que esperaban su turno que el aforo para la misa estaba completo y que no ya no cabía más gente, por lo que la cola tuvo que disolverse. «Lo podrían haber dicho antes y no esperábamos. Vamos al Pilar pues», comentaba una pareja con dos hijos. La cara de decepción en muchos era evidente.
El arzobispo emérito, Vicente Jiménez, fue el responsable de la homilía a la que asistieron Jorge Azcón y Alfonso Mendoza, del PP; Sara Fernández y Javier Rodrigo, de Ciudadanos; Lola Ranera, del PSOE; y Julio Calvo, de Vox, que se trasladaron juntos hasta la catedral en el tradicional paseíllo donde esta vez no se encontraron con grupos de protesta.
No había casi nadie a esas horas todavía, aunque el público fue creciendo con el paso de las horas al calor de una mañana en la que Zaragoza estuvo a punto de batir su récord de temperatura en estas fechas, mientras en la Seo el arzobispo pedía «responsabilidad» social con la que la ciudad, y por extensión el resto, pueda conseguir «los anticuerpos de la solidaridad».
De una manera similar se expresó el alcalde. «Este año nos toca ser ejemplares e intentar que el virus no se propague porque es una situación complicada y difícil. Soy optimista y la luz se empieza a ver al final de túnel con la vacuna, pero no se puede bajar la guardia. El mensaje es el de la responsabilidad, cuidarnos unos a otros y tener un especial cuidado», cantaba el alcalde mientras la temperatura fuera se disparaba camino de los 21 grados. No era abril, ni San Jorge. Ni frío, ni cierzo. Ni música de viento. El sol se quedó con el día y las terrazas. Otro día distinto, otro día de fiesta con covid.