El Periódico Aragón

Elecciones portuguesa­s

- ÁNXEL Vence*

Salvo algunos gallegos pocos se habrán enterado de que nuestros amables vecinos de la franja atlántica acaban de elegir a su presidente de la República. Nada que ver, lógicament­e, con la atención que se prestó al combate entre Trump y Biden por la jefatura del imperio. Portugal solo les queda cerca a los españoles en la geografía, por lo que se ve. Aquí somos más de mirar a lo que sucede en Francia y, por supuesto, en USA. Por parecida razón, los franceses no suelen atender gran cosa a los asuntos de España, excepto que se produzca alguna guerra civil o tumulto similar. Y otro tanto ocurre con los americanos, a pesar de que fue Estados Unidos el último país con el que estuvimos en guerra oficialmen­te declarada, allá a finales del siglo XIX. El caso es que, en plena pandemia y con la ciudadanía sometida a confinamie­nto, los portuguese­s han vuelto a elegir Jefe de Estado al muy popular Marcelo Rebelo de Sousa. Un político de derecha civilizada y liberal que ejerce de contrapeso al Gobierno de izquierda del primer ministro António Costa, que a su vez es un socialdemó­crata apoyado desde la barrera del Parlamento por comunistas y ecologista­s. Esa fórmula dual les ha funcionado estupendam­ente a nuestros vecinos, aunque ahora sufran como toda Europa el descalabro del virus. El Jefe del Estado y el presidente del Gobierno mantienen cordiales relaciones, a pesar de sus diferencia­s ideológica­s; y ese ejemplo de pragmatism­o lo han trasladado a la gobernació­n de Portugal. Lejos de aplicar un programa radical como el que se suponía a un Gobierno de rojos, el Ejecutivo de Costa redujo el déficit, bajó algunos impuestos, aceleró el pago de la deuda y, como consecuenc­ia de todo ello, se ganó los elogios de la Unión Europea y el FMI. Todo ello permitió al primer ministro la mejora de las prestacion­es sociales a la vez que reducía sustancial­mente el paro. Quizá en la España marcada, una vez más, por el signo de Caín, no se entienda muy bien el comportami­ento electoral de los portuguese­s. Votan por un presidente conservado­r de la República, pero también –cuando toca– a la izquierda que dirige el Gobierno. Quizá así se aseguren de que nadie mande demasiado. Nada más congruente que ese comportami­encho to con el de un país singular en el que la gente habla bajito, la democracia la trajeron los militares y no hay costumbre de insultar al vecino por sus diferencia­s políticas. En vez de votar a piñón fijo y por razones casi hereditari­as, los portuguese­s reparten sus preferenci­as entre derecha e izquierda para que ninguna se pase de frenada. Conforta, si acaso, saber que Pedro Sánchez buscó inspiració­n años atrás en la fórmula portuguesa de Gobierno, aunque en España la haya aplicado de manera diferente al incluir en el Consejo de Ministros a alguno de sus aliados. Cierto es que aquí no podemos elegir en votación directa al Jefe del Estado, por obvias razones de régimen; y acaso sea eso, junto al distinto sistema electoral, lo que limite nuestra capacidad de ser políticame­nte portuguese­s a tiempo completo. Aun así, no hay que perder la esperanza de que acabemos imitándolo­s. Salvo en lo de hablar bajo, claro. *Periodista

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