Un edificio moderno, de siete plantas y detrás del hospital Clínico
adelante. Cuenta con 13 laboratorios científicos y cada uno de ellos está especializado en un área diferente de la biomedicina, que profundiza en los mecanismos moleculares, bioquímicos, celulares y genéticos de las enfermedades humanas como cáncer, patologías respiratorias, raras, mentales o de aspectos cardiológicos.
También dispone del servicio de cirugía experimental, que cuenta con tres quirófanos y es un espacio vital para la formación. A lo largo de sus tres plantas cuenta
El Centro de Investigación Biomédica de Aragón (CIBA) se levantó de manera estratétiga en el 2012 detrás del hospital Clínico de Zaragoza, en el entorno de las facultades de Ciencias y de Medicina de la Universidad de Zaragoza y muy cerca también del Miguel Servet. Es decir, en pleno campus académico con el fin de acoger también a grupos de investigación y servicios de la universidad, del Instituto de Investigación Sanitaria de Aragón (ISS) y ser sede, al mismo tiempo, del Instituto Aragónes de Ciencias de la Salud (IACS). En total, más de 300 personas correspondientes a estas tres instituciones tienen acceso vinculado al CIBA, pero en un día normal, antes de la pandemia, la presencia en el centro suele ser de 200 usuarios. Se trata de un edificio moderno, de siete plantas, con más de 7.000 metros cuadrados y que costó 14,2 millones de euros a los que se sumaron más de 9 por el traslado de aparatos de otros centros. Su construcción, que comenzó en el 2010, respondió a una iniciativa conjunta del Gobierno de Aragón y la Universidad de Zaragoza y, durante todos estos años, ha sido lugar de sinergias y de mucha investigación nacional e internacional, pero también de charlas, conferencias y cursos.
Aún así, para mantener el ritmo de trabajo y permitir que las líneas de investigación abiertas no se tengan que dejar de lado por el covid, el expertos apunta que sería conveniente aumentar la plantilla. De hecho, para el próximo año esperan incorporar a ocho profesionales más. «Esa es la idea que está sobre la mesa porque estas personas serían solo para investigar el covid. De este modo, volveríamos a una situación más ordenada y los compañeros podrían retomar sus trabajos», indica.
Obviamente, la pandemia ha trastocado los planes de muchos grupos. «Tienen unos plazos de objetivos muy marcados que no se han cambiado a pesar de la situación y eso ha hecho difícil poder cumplir. Hay mucho retraso porque el ritmo no es el mismo y no se ha podido venir a trabajar en los proyectos durante un tiempo. Eso ha sido muy duro», añade Gómez-Arrue. «Entendemos que ahora todo está centrado en el covid no solo aquí, también en el país y en el mundo. Estoy convencido de que el coronavirus tiene fecha de caducidad. No sé para cuándo, pero la tiene», señala el científico.
El investigador asegura que «jamás» hubiera imaginado una crisis sanitaria de estos niveles, pero «ha llegado y tenemos que intentar hacer del momento una oportunidad», dice con seguridad. No solo para cuestiones relativas al covid, sino más allá. «Siempre hemos sido un centro puntero, se han fijado en nosotros, pero ahora debemos dar un paso al frente. Por ejemplo, tener la ocasión de investigar y lograr secuenciar la cepa británica sería muy positivo, pero también la de cualquier otra variante. Así nos adelantamos y estamos preparados», dice.
Su estreno, allá por el 2012, supuso un cambio cualitativo en la investigación biomédica en Aragón que, con el tiempo, ha adoptado una proyección internacional. «Han hecho un esfuerzo importante, sobre todo cuando tuvimos problemas en los hospitales. Sin