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La situación, desbordada por el covid, ha obligado a pedir ayuda internacional
La sala de urgencias del Hospital de Cascais funciona desde hace días como zona de internamiento. En los pasillos se acumulan pacientes agotados, algunos de ellos tumbados en camas, otros sentados en las sillas, cabizbajos, con la bombona de oxígeno siempre cerca. Esta zona del hospital, reservada habitualmente para la realización de diagnósticos, ha llegado a acumular hasta 80 personas que, debido a la falta de espacio, no han podido ser ingresadas en planta. Algunas de ellas han tenido que esperar hasta cuatro días en estos pasillos, mientras los responsables del centro tratan desesperadamente de ampliar su capacidad.
Los efectos de la tercera ola de la pandemia son patentes en este hospital. De las 17 camas para pacientes covid con las que contaba en septiembre han pasado a 124. En el caso de las ucis, el centro contaba con cinco camas entonces; ahora son 18. «En los próximos días vamos a habilitar una sala de espera para poder acoger a 16 personas más. Estamos
muy limitados», reconoce el director clínico del hospital, Nuno Côrte-Real. El centro se encuentra por encima de su capacidad desde hace más de dos semanas.
La agresividad de las variantes brasileña, sudafricana y británica, que han golpeado con fuerza a Portugal, ha mermado considerablemente la plantilla del hospital. La jefa de enfermería, Dulce Gonçalves, explica que en este momento cuenta con 70 enfermeros menos de los que debería. «Entre el número de pacientes que exigen un mayor nivel de cuidados y el elevado absentismo del personal por cuarentenas y positivos, el esfuerzo es enorme para los profesionales», asegura Gonçalves.
Sanitarios agotados
A la elevada afluencia de pacientes y a la falta de personal se suma el cansancio acumulado durante más de un año de pandemia. A pesar de que Portugal sufrió un menor impacto en la primera ola, muchos profesionales se ofrecieron para combatir el virus en primera línea. «Ha sido un año de desgaste, ahora los equipos son más jóvenes, el momento es mucho peor y es muy difícil de gestioser
Agotados
- nar emocionalmente. Los responsables de los equipos tenemos que protegerlos para que aguanten esta presión», afirma Gonçalves.
A su lado, el médico intensivista Antonio Figueredo esconde su agotamiento detrás de la mascarilla. «Somos muy pocos médicos en cuidados intensivos, y esto nos lleva a hacer jornadas de 24 horas con un solo día de descanso», explica. Para Figueredo, la parte más difícil ha sido acostumbrarse al rápido deterioro de la salud de los enfermos. «Son pacientes que llegan caminando, que hablan contigo, y que a las pocas horas tienen que estar con una máscara de oxígeno e incluso intubados. Algunos no llegan a despedirse de sus familias», señala con un visible gesto de frustración. Hay enfermos para los que, incluso con todos los cuidados, sabes que no va a suficiente, y tienes que ofrecer estos cuidados a alguien que sí tiene la posibilidad de sobrevivir. Son decisiones muy difíciles de tomar», reconoce Figueredo.
Llamada de auxilio
El colapso de hospitales como el de Cascais ha obligado al Gobierno a pedir ayuda internacional. Alemania ha enviado esta semana una treintena de médicos y profesionales sanitarios para dar asistencia en un centro de Lisboa, así como ventiladores y más de un centenar de camas. Austria también ha ofrecido su apoyo para acoger a una decena de pacientes, algo que está valorando España. El número de contagios diarios se ha reducido en los últimos días, pero los profesionales no se confían: la experiencia les dice que no pueden bajar la guardia.