La cárcel, ni para los raperos
Comprendo que los jueces ultraconservadores soportan una pesada carga laboral, al tener que desdoblarse en intermediarios de Bárcenas. Sin embargo, nunca perdonaré a estos condenadores magistrados que me hayan obligado a escuchar a raperos indigestos. Rimar Urdangarin con Burger King justifica el destierro de Valtònyc por motivos estéticos, un argumento ausente por desgracia en la florida sentencia del Supremo.
El tono admonitorio de los predicadores interjectivos me provoca el mismo rechazo que las sentencias de los ultramagistrados. Con todo, la cárcel no es lugar para raperos, a quienes los tribunales otorgan además una popularidad indigna de sus jaculatorias. También ayuda Juan Carlos I, el errado errante que no solo ha traicionado a los juancarlistas, sino sobre todo a los jueces que condenaban asumiendo su buen nombre. Nadie negará hoy que el emérito ha puesto música a la letra de unos ladrones, otra de las podridas aportaciones del rap.
La pauta de la pandemia ha consistido en condenar socialmente a la juventud, por qué no habría de transmitirse esta obsesión a los tribunales. En el siempre frágil flanco psicológico, sería interesante desvelar la identidad de los familiares jóvenes de los legisladores y ejecutores confabulados contra la libertad de expresión, delatando así una pulsión vengativa que explicaría la
Me aburren tus