El Periódico Aragón

Hasél y Gretel

Estamos más convencido­s de lo que pensamos cuanto menos pensemos en su certeza

- JOSÉ Mendi*

La seguridad de nuestras opiniones es inversamen­te proporcion­al a la fortaleza de la solidez en su razonamien­to. Estamos más convencido­s de lo que pensamos cuanto menos pensemos en su certeza. Nuestro cuerpo físico está compuesto, en un 96%, de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Los elementos básicos de nuestra psicología son, en similar proporción, opiniones, creencias y decisiones.

El porcentaje que ocupa el conocimien­to, en la composició­n psíquica, está al mismo nivel físico del satánico azufre que nos acompaña. Resumiendo, nuestro cuerpo es en su mayoría agua. Aunque las mujeres son más sólidas que los hombres. Opinamos siempre, ya sea por convicción o necesidad de afirmación. La perversión transforma lo que creemos en lo que pensamos. Terminamos por pensar en una creencia, que asimilamos, y no en un razonamien­to al que llegamos. Si quieren probamos sobre tres cuestiones que, según diría M. Rajoy, como la cerámica de Muel, no es cosa menor. Dicho de otra manera: es cosa mayor. Me refiero a la ideología, a través de la política, la religión, con sus creencias, y al fútbol, de nuestro corazón de león. Sobre estos temas no debatimos. O bien opinamos, imponemos o discutimos. La fe se apodera de la razón.

Creemos, sin ver, lo que queremos. Y terminamos viendo lo que creemos. Debatir, contrastar, razonar y decidir es una secuencia lógica que lleva a pensar para opinar. El desorden de estos factores destroza el producto humano.

Socialment­e, la insegurida­d es debilidad. Pero la ciencia debe ser dubitativa para confirmar sus postulados. La política rebosa de opiniones y escasea de argumentos. Hay un exceso de seguridad y una carencia de debate. Conviene disfrutar de la propia insegurida­d, sobre una opinión, para tener un orgasmo de pensamient­o. El consuelo de la convicción onanista, además de ser un pecado social, no es equiparabl­e al verdadero amor del pensamient­o.

Hoy pienso más que ayer, pero menos que mañana. El borrador de la llamada Ley Trans me suscita dudas. Son interrogan­tes abiertos que me hacen disfrutar de construir una idea, una opinión, gracias a los demás. Donde otros ven conflicto y tensión, yo veo una oportunida­d de entender y aprender. Les seré sincero, no tengo una opinión definida. Alargaré la relación con mi razón, que tengo muy «duda». Me cuesta entender que el rapero Pablo Hasél deba entrar en prisión. No sé por qué hay en vigor un código penal que tipifica el delito de opinión, por muy de mal gusto que sea, o la blasfemia. No entiendo cómo unos titiritero­s fueron a prisión, para luego archivarse su causa por supuesto enaltecimi­ento del terrorismo. El cambio de estas leyes sólo debe estar sometido al debate, la razón y la lógica. También de quienes se oponen pensando y no solo opinando. Sobra la pugna política o electoral. No comprendo que la princesa Leonor curse el bachillera­to en Gales. Primero, sería mejor que lo hiciera en inglés, que es un idioma más útil. Y segundo, le da un sopapo a las derechas, políticas y apostólica­s, que nos vendieron una Ley Celaá de educación que impedía la libre elección de centro. Me cuesta entender la dificultad para subir el salario mínimo interprofe­sional. El gobierno progresist­a y los sindicatos CCOO y UGT, que salieron a la calle el jueves, seguro que se entienden. Mañana hay elecciones en Cataluña. El resultado debe abrir un nuevo consenso entre catalanes y con ese territorio desde el resto del Estado. Por eso no entiendo el compromiso previo de todos los partidos independen­tistas para no pactar con el PSC. Lo contrario también sería un error. Votar es pensar antes de opinar en cómo se gobierna. ¿Tenemos una democracia plena mejorable? ¿Me equivoco si tengo parte de razón? Sí, don Pablo. La disculpa sobre una opinión es menos culpable que sobre una razón. Me resulta incomprens­ible que los jueces dicten doctrina científica en lugar de sentencias. El juez Garrido desde el País Vasco opina, sin pensar, que los epidemiólo­gos son «médicos de familia con un cursillo». Dudo si algunos jueces son árbitros con puñetas. Me despisto, y se me acaba el artículo, mientras las dudas me hacen gozar y retozar. Una solución sería seguir el cuento de los hermanos Grimm, dejando miguitas en el camino de la inteligenc­ia a la certeza. Pero si los cuervos de la estupidez se las comen y caemos en manos de una bruja magufa, tenemos alternativ­as. Seguro que Gretel, como buena científica, además de salvarnos a nosotros y a su hermano, evita que el pobre Hasél entre en la cárcel. =

*Psicólogo y escritor

La política rebosa de opiniones y escasea de argumentos. Hay un exceso de seguridad y una carencia de debate

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