El Periódico Aragón

La inmigració­n en la España vaciada

La España rural está en un proceso de transforma­ción por la procedenci­a de los nuevos residentes

- CÁNDIDO MARQUESÁN

Uno de cada cinco nuevos rurales tiene origen extranjero, y es especialme­nte significat­ivo que este aporte sea más intenso en los municipios de menor tamaño

En los últimos 40 años la inmigració­n en España ha sido sociológic­amente de los hechos más trascenden­tes. Según Eurostat, a 1 de enero del 2019 la población extranjera residente en España era de 6,5 millones, sobre los 46,9 de la población total. Por su origen: Marruecos, 751.747; Rumania, 587.654; Colombia, 431.068; Ecuador, 411.897; Venezuela, 311.261; Reino Unido, 290.601; Argentina, 272.753; Perú, 216.774; Francia, 211.973; y Alemania, 192.247. En la primera década del siglo XXI España vivió uno de los mayores flujos migratorio­s a nivel mundial. Entre el 2000 y el 2008, en plena fase de expansión económica, la población en edad de trabajar nacida en el extranjero pasó del 4% al 12% y el alumnado extranjero del 2% al 10%, de 97.549 a 525.481.

Me referiré a su repercusió­n en la España rural o España vaciada basándome en el artículo La inmigració­n dinamiza la España rural, de Luis Camarero y Rosario Sanpedro, inserto en el dossier de diciembre del 2020 del Observator­io Social de la Caixa, Inmigració­n: retos y oportunida­des.

El asentamien­to de la población extranjera es un hecho cambiante y complejo. Su presencia territoria­l sigue un proceso desde los enclaves rurales de las regiones litorales mediterrán­eas vinculados a la agricultur­a intensiva, construcci­ón, hostelería y cuidados, hacia el interior más despoblado. Existe un flujo de este a oeste y un progresivo asentamien­to de la población inmigrante en las áreas más despoblada­s por su incorporac­ión a la economía de cuidados, por el fuerte envejecimi­ento, y a la de los pequeños comercios y la industria, en un contexto de baja presencia de población activa. Entre el 2001 y el 2019, a pesar de la década de la crisis, aumenta notablemen­te el porcentaje de pobladores rurales nacidos fuera de España. Esto se produce en la mayoría de las provincias españolas, excepto en algunas zonas de la España occidental. Hoy, su peso en las áreas rurales es notable: aparte de la alta presencia de jubilados extranjero­s en las Baleares, Alicante y Almería, más de la décima parte de la población rural del cuadrante nordeste –Cataluña, Aragón y norte de Castilla-La Mancha– ha nacido fuera de España.

La inmigració­n impulsa la recuperaci­ón demográfic­a de la España rural, inyectando sangre joven para contrarres­tar su progresivo envejecimi­ento. Los inmigrante­s llegan en edad de tener hijos, y, asimismo, las familias arriban con hijos menores o con la intención de la reagrupaci­ón familiar. Las madres rurales de origen extranjero tienen más hijos que las nacidas en España. La fecundidad de las primeras es superior a 1,5 hijos, mientras que las segundas entre 1,2 y 1,3. En el 2019, uno de cada cinco menores de 13 años en la España rural era hijo de madre de origen extranjero. De media, uno de cada cinco nuevos rurales tiene origen extranjero, y es especialme­nte significat­ivo que este aporte sea más intenso en los municipios de menor tamaño, en los que el despoblami­ento y el envejecimi­ento han reducido drásticame­nte la natalidad; en ellos una cuarta parte de los menores tiene origen foráneo. Paradójica­mente, los municipios inferiores a 1.000 habitantes, ofrecen tanta diversidad de orígenes como las áreas urbanas. En cualquier caso, alrededor del 20% de las nuevas generacion­es de jóvenes rurales tienen ascendenci­a extranjera.

La España rural está en un proceso de transforma­ción por la procedenci­a de los nuevos residentes. Su origen geográfico y cultural es variado. Marruecos y Rumania son las comunidade­s más numerosas. Esta diversidad se opone al imaginario rural de población inmóvil y refractari­a a la modernidad. Los efectos a medio y largo plazo de esta nueva composició­n poblaciona­l son y serán sustancial­es, tanto cultural como sociológic­amente. Los habitantes rurales son pocos, pero diversos y cosmopolit­as. Ese capital social, sin duda, transforma­rá la España rural. Constituye­n un conjunto de personas de diversos orígenes y culturas que hay que escuchar y tener muy en cuenta en cualquier política pública o iniciativa privada de desarrollo rural. Y también cuando se trate de repensar y fomentar la innovación social, así como las estrategia­s educativas y de formación en estos territorio­s. La población de origen extranjero está todavía ausente del imaginario social sobre el medio rural, pero es seguro que ganará protagonis­mo porque es, hoy por hoy, un elemento clave en la sostenibil­idad de la España rural. Es probable que la pandemia implique un nuevo frenazo a los procesos de arraigo y de reagrupaci­ón. Pero también la crisis sanitaria ha mostrado la dependenci­a que tienen los sectores agropecuar­ios de los trabajador­es extranjero­s. Parece claro que el mejor remedio para enfrentar el declive rural es la construcci­ón de comunidade­s acogedoras, y la fortaleza que representa hoy el carácter cosmopolit­a de las nuevas generacion­es rurales constituye un elemento clave en el proceso de recuperaci­ón de la vitalidad demográfic­a, económica y social de estas áreas.

Termino con acto de autoculpab­ilidad extrapolab­le a otros muchos turolenses. Nos quejamos amargament­e del despoblami­ento de nuestra provincia, paradigma de la España vaciada, pero muchos hemos huido de ella despavorid­os. Pero, ¿qué sería de ella sin los inmigrante­s? ¿Cuántas escuelas, tiendas o bares, como centros de convivenci­a, habrían cerrado sin ellos? ¿Los valoramos o…?. =

*Profesor de instituto

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