Ecos de humanidad en el Día del enfermo
Celebramos la jornada del enfermo. ¿Quién no se siente agasajado en este día? Nadie nos libramos de alguna dolencia. Nuestro destino es saber vivir con fragilidades. Contemplo a Marta, mi sobrina adolescente, con una importante discapacidad e infinidad de operaciones quirúrgicas, miro a Raúl, persona mayor que le detectan demencia, me observo a mí misma en mis revisiones oncológicas y decaimiento, atisbo a todos los demás con sus propias historias. Nos inyectan analgésicos y sueros, pero, además, precisamos del fármaco del consuelo y acompañamiento. En su prospecto se enseña los modos de consolar, las habilidades de comprender y ayudar al paciente. La belleza de Marta, como la de todos los enfermos, estriba en esa dependencia que precisa continuamente de sus padres, profesores…
Ella recibe muchísima atención, cariño con lo que es feliz y le hace estallar en una verdadera risa contagiosa. Sin más, ella nos da un regalo inmerecido: su persona, su amor. En su discapacidad elige a quién amar: a su hermano Pablo, el abu, sus padres, la tía Isa. Y nosotros la amamos incondicionalmente, por ser ella y no por lo que tenga ni llegue a ser, que nunca lo alcanzará. Nos hace sacar lo mejor que cada uno tenemos. Nos hace buenas personas. Nadie posee una autonomía absoluta y por ello, los enfermos no estamos en una situación de indefensión ni degradante.
El no poder ejercer la vida no supone que pierda su valor. Otro eco de humanidad que implantamos es el agradecimiento a todo el personal sanitario y no sanitario que nos atiende. Les confiamos nuestras vidas y nos brota la gratitud a su trabajo. Ojalá pacientes y sanitarios instauremos la cultura del entendimiento y no del antagonismo. Les pedimos que nos entiendan, que nos oigan y nos hagan caso; al igual que nosotros debemos saber que, como en todo trabajo, existe el error.