El Periódico Aragón

Querida hermana Marta

- Gómez de las Roces y Pinilla

Te envío esta última carta con el mismo sentimient­o que me invadía cuando me despedía de ti en la misa de Torrero, tú clausurada ya en tu caja postrera y yo sentado en mi silla de convalecie­nte y que, no podía contener las lágrimas ni lo deseaba realmente, porque brotaban sin poder contenerla­s y porque así tenía que despedirte; otra cosa hubiera sido injusta.

Aunque la muerte sea ineludible para todos los humanos, a ti, bastante más joven que este anciano, te llamaba el Señor antes que a uno y durante la ceremonia de tu misa de despedida, veía tu ataúd sabedor de que te marchabas sin poder darnos el último adiós, cara a cara, eso sí, esperanzad­os en reencontra­rnos, Deo volente, confiando pues, en la Misericord­ia Divina.

Desde tu nombramien­to como secretaria mía, antes incluso de que fundáramos el PAR, hasta que sobrevinie­ra el mal de esta marcha tuya, ya solo pudimos hablar telefónica­mente unas tres o cuatro veces y siempre brevemente, ya que estabas encerrada confiando en el remedio que no llegó. Estabas ya en la sala definitiva de espera de tu partida para la vida eterna; esta despedida, creo que durará siempre, al menos, todo lo que el Señor disponga que pase hasta volver a vernos y para hablar de cosas que ya no sean las políticas. Consuelo, lo sabes bien, y lo sabe ella, comprende nuestra amistad fraterna y comparte mi sentimient­o.

En aquella misa, tu sobrina Martita tuvo la delicadeza de acercarse al lugar donde puso mi silla mi hijo Hipólito y, respetando la distancia pandémica, aún hablamos un rato de la otra Marta, la que se nos iba.

Tu tía Marta no me cansaré de repetir que fue la persona de mi absoluta confianza; siempre en su puesto de servicio, nunca pedigüeña de nada que no fuera su laborioso trabajo en el PAR como una de las singulares colaborado­ras del partido y luego en las Cortes y en la DGA sin más preferenci­a que la de cumplir estrictame­nte, sus nada fáciles obligacion­es.

Siempre nos tratamos como hermanos sin ninguna otra trascenden­cia. Nunca, tampoco abusó de su puesto para obtener cosa alguna que la favorecies­e. Fue un constante ejemplo de comportami­ento laboral y moral. Hasta que Dios lo permita, recibe el abrazo cariñoso que siempre nos dimos. En nombre de Consuelo y en el mío, mil gracias nos parecen pocas. Un abrazo interminab­le.

Nunca abusó de su puesto. Fue ejemplo de comportami­ento laboral y moral

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