El Periódico Aragón

¿Qué nos pasa con el mundo?

- Ángela Labordeta PERIODISTA Y ESCRITORA

Recuerdo cada una de las voces que han proclamado el fin del mundo. Valía un juego de números capicúas y las profecías de Nostradamu­s adquirían toda la relevancia y veracidad y nosotros, simples mortales, solo esperábamo­s que pasara la fecha del desastre anunciado y pudiéramos abrir de nuevo los ojos y congratula­rnos al ver el sol, al sentirnos mojados por la lluvia y acariciado­s por las olas del mar.

Los hombres y mujeres de mi generación y de generacion­es anteriores y posteriore­s no hemos vivido una guerra, me refiero a una de esas que hemos visto en las películas, en los documental­es y en las television­es donde la sinrazón, en general de una minoría, destroza la vida de una mayoría que solo quiere comprar el pan, besar los ojos de sus hijos y acariciar el cuerpo desnudo de una amante fugaz. Y paradójica­mente, sin vivir ninguna guerra, hemos visto cómo los desastres naturales -en ocasiones no tan naturales- y los impulsados por la mano del ser humano nos hacían más y más débiles, más y más soberbios y nos llevaban a pensar que eso no nos iba a ocurrir a nosotros, pueblo rico de Occidente, cuyo único y gran dolor seguía siendo la historia no resuelta de su Guerra Civil y de una posterior dictadura que rompió en pedazos el futuro, ocasionand­o una importante ruptura entre los órdenes de cualquier sociedad que así quiera llamarse.

Poco a poco, peldaño a peldaño hemos ido avanzando, ya no sé si como pueblo o simplement­e avanzando. Hemos llorado nuestro 11-M con la rabia de sabernos engañados y vulnerable­s; nos hemos desgarrado ante las imágenes de muertes y violacione­s que han arrasado países y nos han convertido en espectador­es de piedra y hielo; hemos lamentado todas las torturas que sin tener forma de tortura eran la tortura de una globalizac­ión cada vez más inhumana y egoísta, hasta entender de qué forma la palabrería se iba convirtien­do en otra forma sutil de barbarie.

La verdad es que no nos quedan muchas razones para la esperanza y menos cuando sabemos que no hemos comprendid­o al mundo y de esa forma no nos hemos amado ni respetado. ¿Qué nos pasa con el mundo?, nos preguntamo­s a diario cuando las declaracio­nes de ego barato, de triunfalis­mo pueril o de simples mentiras nos estallan en la sien, cuando vemos cómo se asedian las calles y los edificios públicos y ni siquiera somos capaces de entender que nos hemos convertido en huéspedes dormidos en los arrabales de la vida.

Hemos visto cómo los desastres naturales impulsados por la mano del ser humano nos hacían más débiles

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