Sobre la ley trans
La semana pasada cometí uno de los principales pecados de los columnistas, constreñidos como estamos a 1.700 caracteres para tratar temas complejos: no dejar clara mi opinión. Mea culpa toda. Hablaba del proyecto de ley trans del Ministerio de Igualdad, y me llamó una amiga del alma, cuyo hijo pertenece a ese colectivo, y me dijo que no había entendido muy bien qué quería explicar. Como es inútil enfangarse en donde dije digo, digo Diego, creo que lo mejor es ir a la fuente. En Aragón, la Asociación Chrysallis de familias de menores transexuales, a la que pertenece mi amiga, es el mejor lugar para conocer de primera mano la diversidad de situaciones y lo equivocados que estamos a veces hablando sin saber. En la asociación hay padres de todas las orientaciones políticas, de todos los estratos, de todas las ideologías. En común tienen que buscan el bienestar de sus hijos e hijas (por eso se asocian) y que combaten como pueden la desinformación sobre el colectivo trans. Así que hoy no quiero hablar del proyecto de ley, sino de las personas trans. De su diversidad, de que a algunas de esas personas no les molestan sus órganos sexuales, aunque no correspondan a su identidad sexual. Que lo de pasar por una hormonación y en algunos casos por la mutilación quirúrgica es una opción para algunas, pero no para todas. Sobre todo, me ha quedado claro que muchas veces hablamos sin saber, y sin escuchar a los verdaderos protagonistas. Que hemos convertido en una cuestión política su presente y su futuro, cuando en realidad, la mayoría solo queremos que sean felices con su decisión, y que el tránsito les resulte lo más liviano posible. Espero que esta vez sí que se me entienda. Por encima de todo, respeto.
*Periodista