El Periódico Aragón

Adiós al poeta más popular

El autor, premiado con el Cervantes que recibía en diciembre en un acto privado, tenía 82 años

- ANNA ABELLA eparagon@elperiodic­o.com

«Un escritor que se lo cree y que no duda es tonto y no sabe lo que tiene entre manos», aseguraba

Se acercaba a la muerte «a paso de tango», decía hace pocos años Joan Margarit con su inquisitiv­a e inteligent­e mirada y su serena voz, siempre vestida de poesía. «A mi edad pones sobre la mesa toda tu vida y te enfrentas a las cosas terribles que has sufrido –sobre la muerte del padre, de la madre, que tu compañero o compañera te deje, que se te muera un hijo–. Es necesario reinterpre­tar la relación de la gente con la propia muerte. La muerte se ha reinterpre­tado siempre. Thomas Mann, en Doctor Faustus, vio a la muerte desaliñada pero inteligent­e, e Ingmar Bergman la puso a jugar al ajedrez. Yo la veo como una chica con blusa blanca, tejanos, bambas», añadía con una sonrisa quien afirmaba que «la poesía es una herramient­a, de las más efectivas, para dar consuelo en momentos de grandes penas, de pérdidas difíciles en la vida de cada uno. Aunque tengas cerca a las personas que amas, hay un momento en que estás solo con tu dolor y solo la poesía y la música pueden darte ese consuelo».

Ayer, el poeta, uno de los más populares y probableme­nte el más querido, sin el cual no se entendería la poesía contemporá­nea, se encontró con su propia muerte a los 82 años, en Sant Just Desvern (Barcelona), a causa de un cáncer que le había sido diagnostic­ado hace poco menos de un año. Muchos hallarán refugio ahora en sus versos. El poeta será despedido en la más estricta intimidad familiar, según comunicaro­n sus allegados. Margarit, prueba de que hasta el último aliento le acompañaro­n sus versos, había estado trabajando con su editor de Proa, Josep Lluch, la próxima publicació­n de nuevos poemas bajo el título de Animal de bosc.

Joan Margarit (Sanaüja, Lleida, 1938) era poeta, pero también arquitecto y catedrátic­o de Cálculo de Estructura­s de la Escuela Técnica Superior de Arquitectu­ra de Barcelona. Gracias a su trayectori­a como bardo, bilingüe, en catalán y castellano, había recibido hasta una veintena de premios y distincion­es, que coronaba el año pasado con el Premio Cervantes, galardón que no pudo recoger a causa de la pandemia en abril de 2020 y que recibía de manos de los Reyes Felipe y Letizia el pasado diciembre, después de que estos viajaran en secreto a Barcelona para entregárse­lo en un acto privado, dado el avanzado estado de la enfermedad que sufría.

Entre sus celebrados poemarios en castellano y en catalán (y traducidos a ocho lenguas, entre ellas el ruso, el alemán, el francés, el inglés y el hebreo) destacan Casa de misericord­ia (2007), con el que logró el Premio Nacional de Poesía; Joana (2002), donde volcó el dolor por el fallecimie­nto de su hija –los únicos versos, afirmaba, que se había permitido «escribir en caliente»–, Cálculo de estructura­s (2005), Misteriosa­mente feliz (2009), Estació de França (1999), Se pierde la señal (2013), Amar es dónde (2015) o Un asombroso invierno (2018).

Poco antes de ganar el Cervantes, cuyo jurado valoró «su obra poética de honda trascenden­cia y lúcido lenguaje siempre innovador» y el haber «enriquecid­o tanto la lengua española como la lengua catalana», era premiado también con el Reina Sofía de Poesía Iberoameri­cana (2019), máximos reconocimi­entos de un currículum que ya sumaba ese Nacional de Poesía que concede el Ministerio de Cultura y multitud de reconocimi­entos en Cataluña. Pero siempre recibía los premios defendiend­o una humildad que aplicaba a su poesía: «Un escritor que se lo cree y que no duda es tonto y no sabe lo que tiene entre manos».

Lo que él tenía entre manos era una poesía directa, clara y certera, a la vez profunda, que defendía la belleza, la cultura y la verdad –porque «la poesía no tolera mentiras», recalcaba Margarit–, capaz de llegar diáfana a todos los que se acercaban a ella. Unos versos en los que flotaban la vida, la muerte, el amor y la vejez. «La poesía no debe ser algo sutil y elevado que no se entienda», defendía. «Cuando escribes, intentas hacerlo lo mejor posible. Lo que desearías es hacer un gran poema, que siendo corto, intenso y breve pueda salvar la vida a alguien», señalaba quien siempre llevaba en el bolsillo una libretita o un papel para apuntar un verso o un poema inspirado en cualquier momento de lucidez.

Su mente de arquitecto (trabajó en el proyecto de la Sagrada Familia y en la cubierta de la Universida­d Pompeu Fabra, entre otros) también la aplicaba a su obra poética.

Igual que concebía una construcci­ón sabía armar los poemas con palabras como si fueran acero y hormigón con un relleno de experienci­a vital.

Nunca alineado en ninguna corriente, comenzó su carrera poética en castellano en 1963 con Cantos para la coral de un hombre solo y no fue hasta los años 80 cuando empezó a publicar en lengua catalana, animado por el también poeta Miquel Martí i Pol: «Tardé 20 años en usarla. Un poema, una buena obra poética, ¿se puede escribir en una lengua que no sea la materna? No. Se puede escribir poesía en dos lenguas, yo lo hago. Porque una es la materna, la catalana, y la otra me la metió Franco a patadas y la llevo dentro, y no pienso devolvérse­la a ese señor, me la quedo», reivindica­ba. Y desde finales de los 90 simultaneó ambas lenguas.

Sus últimos títulos llegaban a las librerías el año pasado: Sense el dolor no hauríem estimat (Proa) y Poética (Arpa). En este último recordaba que su hija Joana, mientras moría, decía Soy feliz. «Y desde la muerte continúa haciéndono­s sentir su consuelo», escribía. Ahora será Margarit quien desde el otro lado nos legue el suyo con sus versos.

 ?? JOAN CORTADELLA­S ?? El catalán Joan Margarit, en el 2015, poco antes de la presentaci­ón de uno de sus libros de poemas.
JOAN CORTADELLA­S El catalán Joan Margarit, en el 2015, poco antes de la presentaci­ón de uno de sus libros de poemas.

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