La aparente ligereza del viaje de Sanmartín
Los libros de Fernando Sanmartín suelen ser de breves dimensiones, aunque esa aparente delgadez que pueden mostrar en una primera ojeada esconde una robustez engañosa, que no quiere decir que sea falsa. Os contaré la verdad fue precisamente el título de la segunda novela que publicó Sanmartín, el año pasado, y en ese título puede encontrarse uno de los rasgos de su escritura.
Ir al norte, que ha publicado la editorial cántabra Libros del aire, es también un libro de apariencia ligera pero con un fondo intenso. Es un poemario breve, dividido en dos partes de seis y siete poemas respectivamente, con una edición tan contenida como elegante, de manera que continente y contenido combinan como en un traje hecho a medida. Los versos de Sanmartín son cortos, pero con ellos el autor va formando hilos de pensamientos e impresiones que al igual que la hebra sutil de una telaraña, son capaces de atrapar con toda su solidez.
En otros de sus libros el autor ha demostrado ya su gusto por los viajes. En este, y más con ese título, no falta ese poeta en marcha que recorre lugares donde a veces se encuentra consigo mismo, lo que da pie a poemas que en más de una ocasión se convierten en retazos de un diario. Pero no son estos los únicos encuentros que suceden en este libro, lleno de nombres propios –la mayor parte de escritores– que a veces como sombras y a veces como amigos cruzan por los versos dejándose ver, o más bien dejando que el poeta los vea junto al lector que le acompaña.
Pero si en algo es este poemario poderoso es en su capacidad de definición, en forma de identificaciones que multiplican los significados. «Mis antepasados / son una taza de té»; «La caricia del último día / es un mes que ya no existe»; «Mi nombre es el sello / de una carta»: metáforas que jalonan todo el libro y que dan a estos versos que en un primer vistazo parecían inofensivos su fuerza y verdad. «La verdad, / qué dos sílabas, / es un rostro sin afueras».
‘IR AL NORTE’ Fernando Sanmartín
Celia es maestra en un pueblo palentino. Por su experiencia con los cuentos leídos en clase, sabe que la lectura compartida es el momento más profundo, duradero y gratificante de cuantos se viven en el aula. La atención, el recogimiento, la proyección imaginativa, la vivencia psíquica y física son tales que «podría decirse que es una experiencia total», me dice. Pienso en los cuentos y en su poder recién terminada la lectura de Literatura, la novela de que resulta ser una sutil, emocionante y efectiva amalgama de cuento tradicional, ficción pura, autoficción, metaficción y el resto de variantes que han generado el yo, el ello, el superyó y el Pocoyo cuando se han dado de bruces con la realidad a través de múltiples técnicas y formas narrativas, mezcladas y agitadas como en una buena telenovela, como en la vida misma, que tanto molestan a los 007 de la corrección literaria con licencia para matar (aunque sea de mentira).
El niño Teo –los dos marca la escaleta de su cuento. Le entrega al narrador el real, el implícito, este, aquel y el otro los hilos con los que debe urdir la trama y sus niveles de lectura: la realidad y la fantasía, la aventura y el tesoro inverosímil, lo cotidiano y lo exótico, los lugares conocidos (=la familia) y aquellos ignotos que aparecen