Nuestros pueblos no son centrales eléctricas
El discurso de las energías renovables como salvación del medio rural hace aguas
Hace ya 20 años, durante la primavera del 2001, 29 hélices empezaron a girar en la Sierra de San Just (Escucha). Había llegado el primer parque eólico y así empezaba la historia de las renovables en la provincia de Teruel. En aquel momento no se disparó ninguna alarma e incluso el proyecto fue recibido con los brazos abiertos por la sociedad turolense ante lo que se presentaba como una fuente de ingresos y una forma de asentar población.
Han pasado muchas cosas durante estos veinte años. El agotamiento de los combustibles fósiles cada vez es más evidente y algunas personas de la comunidad científica se han atrevido a predecir la fecha de caducidad de estos, siendo el petróleo el primero en caer, seguramente en torno al 2050. Podría decirse que el capitalismo global ha empezado a verle las orejas al lobo y ahora, después de años y años expoliando los recursos naturales, toca llenarse la boca con eso que llaman «transición ecológica y energética». Fruto de esa mal llamada transición, nuestra mirada se está empezando a chocar de una manera peligrosamente habitual contra esas estructuras metálicas que presentan formas múltiples; algunas veces como aerogeneradores y otras como placas fotovoltaicas.
Como si de un futuro distópico se tratara, estamos empezando a ver como el territorio va siendo ocupado progresivamente por estos elementos extraños al paisaje, capaces de transformar tierras de cultivo en campos de placas solares y capaces de mantener asediados nuestros pueblos a base de molinos de viento. Es normal que ante este asedio empiecen a aflorar las preguntas, las dudas y los miedos.
Con este artículo pretendemos de una forma humilde y alejada de la profundidad de los informes científicos o económicos, intentar despejar algunas dudas sobre esas preguntas que últimamente rondan por muchas de nuestras cabezas. Con este artículo también pretendemos dejar clara la postura de CNT Teruel ante esta amenaza cada vez más preocupante, la cual, vamos a intentar analizar en las próximas líneas. --¿REALMENTE podemos hablar de «energía verde»?
Esta es la primera gran mentira ecopostureta con la que nos están intentando hacer tragar. A nivel industrial no existe la energía verde. Tras el fin del petróleo vamos a encontrarnos con una nueva dependencia, la de los «metales raros», materiales que son necesarios para la elaboración de las turbinas eólicas y de las baterías. En los próximos años veremos un pico en la demanda de estos metales, materiales extraídos mayormente de países del tercer mundo bajo unas condiciones laborales infrahumanas, esclavistas y a base de destrozar sus ecosistemas.
Si nos acercamos poco a poco hacia nuestro territorio más próximo, enseguida vemos como la mentira de la «energía verde» no solo no desaparece, si no que aquí se materializa como un factor de primer orden en la pérdida de biodiversidad. Solo hay que darse un paseo por un parque eólico para darse cuenta del reguero de muerte que deja el choque de las aspas contra aves, murciélagos e incluso invertebrados. El continuo sonido de las aspas genera trastornos sobre la fauna e incluso sobre las poblaciones humanas. Su instalación son obras faraónicas ya que algunos molinos pueden llegar a medir hasta doscientos metros, lo que implica un movimiento de tierras descomunal para realizar los cimientos.
También podríamos hablar de las líneas de alta tensión ya que van de la mano, pero seguramente nos alargaríamos demasiado y acabaríamos desviándonos. --¿GENERAN empleo y asientan población?
Para responder a esta pregunta es necesario volver al punto de inicio, volver a la población que acogió el primer parque eólico de la provincia de Teruel. Si analizamos los datos demográficos de Escucha durante estos últimos 20 años, enseguida nos damos cuenta de que el discurso de las energías renovables como salvación del medio rural, hace aguas.
En el año 2000 la población de Escucha era de 1.103 habitantes, según el Instituto Nacional de Estadística. Los últimos datos recogidos en el 2020 hablan de una población de 801 habitantes. Solo hay que hacer una resta para darse cuenta de que la instalación de estos parques, realmente no interfiere en las dinámicas demográficas y si lo hace, lo hace de forma negativa.
El empleo que crean los parques eólicos y fotovoltaicos se reduce prácticamente al corto periodo que dura su instalación. Durante ese periodo la economía de la zona sí que nota un ligero impacto positivo ya que se ocupan habitaciones y se dan comidas, pero el empleo directo generalmente es de personal especializado venido de fuera. El empleo que da el mantenimiento continuado de las instalaciones es un porcentaje ínfimo.
--¿Y LOS BENEFICIOS económicos?
Quizás este es el tema más peliagudo a la hora de tratar estas cuestiones, ya que realmente la ocupación de los terrenos aporta un importante beneficio económico a sus propietarios. Un beneficio que no nos olvidemos, no deja de ser en forma de renta. Una renta que no genera arraigo ya que muchos de los propietarios viven fuera, y en el caso de que no vivan fuera, ese ingreso casi vitalicio puede suponer un factor clave a la hora de plantearse un cambio de domicilio.
--¿POR QUÉ aquí y ahora?
Sin duda el 2020 será conocido como el año en el que un virus paralizó a buena parte de la humanidad. Lo que no ha paralizado el virus, sin embargo, son los proyectos de las renovables que han vivido su año histórico consiguiendo posicionarse por encima de las energías fósiles. Durante el 2020 y lo que llevamos de 2021, rara ha sido la semana en la que no ha aparecido alguna noticia al respecto. Los proyectos se han ido precipitando contra nuestro territorio de una forma rápida y zafándose entre el ruido de la pandemia. Se podría decir que mientras hemos estado con los confinamientos, otros han estado aprovechando muy bien el tiempo.
No deja de ser curioso que buena novables deben formar parte de esas soluciones, pero no como plantea el oligopolio del sector energético. La solución nunca pasará por la masificación ni por crear monocultivos en busca de una sobreproducción con la que poder especular.
Su usura está provocando graves afecciones sobre el paisaje y está causando un impacto sobre la biodiversidad que seguramente sea irreparable. El paisaje lo hace el paisanaje, el paisaje es la interacción de la gente del territorio con su entorno natural. Al destrozar el paisaje no solo se ataca a la biodiversidad, también se está atacando a un marco cultural, a una forma de vida arraigada en el territorio que ya nunca más volverá a verse reconocida como parte de ese paisaje.
El empleo que
Las renovables deben