El Periódico Aragón

Un libro para leer, mirar (mucho) y escuchar propone un gozoso recorrido por el ritmo nacido en los años 50

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«Señor juez, señor juez, mi delito es por bailar el chachachá». A Jorge Zamora, que escribió la pieza, y a la Orquesta Aragón, que la popularizó, debemos tan sugerente historia sonora, titulada Delito por bailar el chachachá. Guillermo Cabrera Infante tomó prestada la frase para nombrar uno de sus relatos, justo en el que también cita a Enrique Jorrín («es un baile sin igual»), el padre o uno de los padres del chachachá, creador de la muy popular Silver Star. ¡Ay, el chachachá! Jorrín y Ninón Mondejar, ambos de la Orquesta América, se disputan la autoría de este ritmo, hijo del danzonete, nacido en 1951, que para 1953 ya era un arrebato en Cuba.

Jorrín sostenía su autoría individual, Mondéjar defendía la creación colectiva. Dimes y dirites al margen, parece que La engañadora, de la mencionada Orquesta América, fue el primer chachachá, aunque originalme­nte fuese clasificad­o como mam-bo rumba.

Pero todo esto y mucho más pueden leerlo, verlo y escucharlo (a través de las playlists pertinente­s) en el excelente libro Cha-Cha-Chá. Un baile y una época en Colección Gladys Palmera. Por si se les escapa, la citada colección, creada por Alejandra Fierro Eleta es una de las mayores de música afrocubana del mundo; o, como dice ella: «No es la mayor colección de música latinoamer­icana, es la mejor». Así las cosas, ya se puede hacer libros como este (formato elepé de los pequeños, más de 400 páginas). Los textos, que trazan una ajustada panorámica del estilo, son tan precisos que incluso se ocupan de la tipografía de las carpetas, inspiradas algunas por las ediciones de jazz. Y las imágenes son un exuberante despliegue gráfico que te sumerge en el chachachá y en todas sus manifestac­iones visuales como si llevaras unas gafas de realidad virtual. Carpetas, fundas, galletas de los vinilos, carteles de cine, reproducci­ones de los periódicos, ilustracio­nes... Este volumen es un artefacto para mirar mucho, para leer con gusto, para conocer grandes canciones y, en definitiva, para cometer uno de los delitos más sabrosos que puedan perpetrars­e: bailar el chachachá. ((

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