Un pueblo traicionado
España ha sido saboteada por sus propias élites, insensibles a la grave situación de los españoles
En la dictadura de Franco la corrupción estaba institucionalizada. El dictador entró en guerra sin un duro y al acabarla tenía una fortuna de 32 millones de pesetas
El último libro del historiador británico Paul Preston es Un pueblo traicionado. Corrupción, incompetencia política y división social. España de 1874 a nuestros días (2019). Tiene otros muy conocidos como: El Holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después. La Guerra Civil en España: reacción, revolución y venganza. Así como biografías sobre Juan Carlos, Carrillo y Franco.
En cuanto al último, de 716 páginas y con numerosas notas a pie de página, señal inequívoca de ser un trabajo de investigación, la tesis es muy clara: la corrupción constante de nuestra Historia, junto a la incompetencia de nuestra clase política, ha provocado falta de cohesión social con la consiguiente conflictividad, que ha sido sofocada violentamente por el Estado. De ahí, el pueblo traicionado.
En cuanto a la corrupción sobrecoge su persistencia salvo breves periodos. Preston excluye el primer bienio de la II República y los primeros 15 años de la democracia. Los más corruptos las dos dictaduras, de Primo de Rivera y Franco, y a partir de mitad de la década de los 90 del siglo XX hasta hoy.
La corrupción política puede ser electoral y económica. De la primera, el ejemplo fue la primera Restauración borbónica, el sistema diseñado por Cánovas del Castillo. Votaban los muertos, «cuadrillas volantes», que iban de un colegio electoral a otro a votar; urnas en hospitales con enfermos contagiosos, pocilgas o en un tejado. De la segunda, el ministro de Hacienda, Santiago Alba amasó una gran fortuna por su alianza con el magnate Juan March, que obtenía ganancias inmensas por la exportación de alimentos a los beligerantes en la I Guerra Mundial y del contrabando de tabaco. Tal amistad se manifestó en un banquete que March le organizó en Palma de Mallorca, en el que regaló a su mujer un ramo de flores, donde había escondidos diez billetes de mil pesetas.
En la dictadura de Primo de Rivera la corrupción estuvo institucionalizada. El dictador solía enviar «notas oficiosas» a la prensa con frecuencia borracho tras noches de jarana. Una de ellas aparecida en El Heraldo de Madrid el 9 de marzo de 1929, describe una suscripción popular para comprarse una casa, que llegó a 4 millones de pesetas. Luego se utilizó la suscripción patriótica para el Pazo de Meirás.
En la dictadura de Franco, la corrupción estaba institucionalizada. Mercado negro, estraperlo. Grandes fortunas de hoy nacieron entonces. En cuanto al dictador, paradigma de patriotismo, entró en guerra sin un duro y al acabarla tenía una fortuna de 32 millones de pesetas, unos 388 millones de euros de hoy. En cuanto a su procedencia, variada: un regalo de 600 toneladas de café del dictador brasileño Getulio Vargas para el pueblo español, vendido por un total de 7,5 millones de pesetas, acabó en su cuenta corriente; igual que donaciones realizadas a su bando, como una de 100.000 pesetas del 23 de octubre de 1936; y traspasos mensuales de 10.000 pesetas desde Telefónica. Todo esto lo consideró botín de guerra para cubrirse las espaldas ante un futuro incierto. Al acabar la guerra y ya seguro, empezó a invertir, cuando muchos españoles pasaban hambre.
De la corrupción actual todo español la conoce. Una reflexión. En tiempos de la primera Restauración borbónica el pueblo no era consciente de ella, en parte, porque a inicios del siglo XX el 75% de los españoles era analfabeto. Durante las dictaduras no se podía denunciar, pero hoy con un mayor nivel cultural no castigamos suficientemente con el voto a políticos corruptos. Para la catedrática de Filosofía Moral Victoria Camps «cuando hay corrupción existe la complicidad del grupo político y también la de toda la sociedad». Y acierta. También son responsables de ella, los empresarios que corrompen, los medios que según su línea editorial la ocultan o la magnifican, determinados funcionarios públicos que no la denuncian por temor a ser represaliados y, por supuesto, gran parte de la sociedad que la tolera.
La incompetencia de la clase política ha sido la norma. España ha sido saboteada por sus propias élites, que se han mostrado insensibles ante la grave situación social, económica y educativa del pueblo español. Ni la Monarquía, ni la Iglesia, ni el Ejército ni terratenientes ni empresarios han pensado en el interés general. Ni por supuesto los partidos políticos, salvo en el primer bienio radical-socialista de la II República y en los primeros años de la Transición. Preston, salva a muy pocos políticos. El gran político de los últimos 150 años fue Juan Negrín. También valora al conservador Antonio Maura y a Adolfo Suárez, cuyo papel se ha subestimado en la introducción de la democracia en España. Y a Felipe González.
La corrupción y la incompetencia generan la falta de cohesión social y la fractura social. De ahí, las revueltas populares espasmódicas, consecuencia de la llegada de la sociedad de masas, de la industrialización y de ideologías que las persuadían del derecho de protestar.
La clase obrera y sobre todo la rural se enfrentaban a una disyuntiva: o aceptaban o se rebelaban, muchas veces violentamente. Ante esa reacción, tanto el Estado como los patronos y los grandes latifundistas respondían con más violencia, recurriendo al Ejército. El golpe militar de 1936 contra el régimen legítimo de la II República fue la culminación de la violencia represiva del Ejército desde el siglo XIX.
*Profesor de instituto