Hay que evitar la permisividad y el autoritarismo en la crianza
Se considera violencia filio-parental al conjunto de conductas reiteradas de agresiones físicas, psicológicas o económicas dirigidas de los hijos e hijas a sus progenitores o a aquellos adultos que ocupan su lugar. Se excluyen de la definición los casos de violencia puntual, los que se producen en un estado de disminución de la conciencia, el autismo, la deficiencia mental grave y el parricidio sin historia de agresiones previas.
«Los problemas complejos requieren de soluciones complejas. No hay unas pautas que poder seguir para que la situación se remedie», explica Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía. La clave, explica, está en la educación que reciben los menores: «Hoy en día hay más laxitud en las costumbres y la educación es más permisiva. Hay que enseñarles desde pequeños que la frustración existe y que no van a conseguir todo lo que quieren en esta vida. Si aprenden a que con violencia y el chantaje pueden alcanzar sus objetivos, es lo que van a hacer. Ante cualquier signo de violencia hay que ser contundente y no ceder, pero tampoco se puede culpabilizar a las familias», cuenta Planas.
Por su parte, desde la Fundación Amigó, la psicóloga Paula Rocamora explica que es muy importante «encontrar un equilibrio entre impartir una educación «punitiva y autoritaria» y una demasiado «permisiva y sobreprotectora». Ambas pueden conducir a la violencia filio-parental, aunque otras causas son, explica esta profesional, «los divorcios mal gestionados». Así, en la fundación en la que trabaja tratan a los menores violentos mediante una serie de terapias en las que también se involucra a los progenitores y a otras familias que pasan por la misma situación. «Enseñamos a los padres a transmitir cariño y cómo establecer las normas básicas de convivencia», explica. afirman que, después del primer confinamiento, durante los meses de junio y julio, percibieron «un repunte de llamadas y atenciones para pedir información y asesoramiento» sobre este tipo de conflictos. «Sin duda es un fenómeno en aumento. Y no solo en Aragón. La pandemia ha conseguido que todo vaya a peor. Si algo iba regular ahora va mal. Y lo que iba mal ahora va muy mal. Todos los problemas se han exacerbado, y también la agresividad de los adolescentes hacia sus padres», afirma el presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, Juan Antonio Planas.
Según su experiencia, la mayor parte de las agresiones se dan por parte de adolescentes varones hacia sus madres, «sobre todo si están separadas» o en padres separados con otras parejas. Planas, asimismo, incide en la misma idea que Rocamora, la psicóloga de la Fundación Amigó, y explica que los casos que se ven son solo «la punta del iceberg». «Por cada padre o madre que denuncia a su hijo por violencia hay otros muchos que no lo hacen», cuenta. Y asegura que antes de llegar al límite de la violencia física, muchos jóvenes ejercen maltrato psicológico contra sus progenitores. «La violencia empieza con la desobediencia, los vaciles, las faltas de respeto, la violencia hacia los objetos... pero a nosotros solo vienen al