«Es en una montaña rusa de sentimientos»
Fue el 17 de marzo del año pasado cuando Yolanda García, enfermera de la uci del hospital Royo Villanova de Zaragoza, tuvo que intubar a su primer paciente covid. «Yo ya había hecho muchas otras intubaciones antes pero esa era especial. No sabíamos cómo iba a responder el paciente y si nos íbamos a contagiar. Recuerdo que llevábamos las epis sin ninguna rendija. No queríamos dejar al descubierto ni un centímetro del cuerpo. Lo recuerdo como una situación de mucha presión», relata esta profesional.
A su primer paciente covid lo llevaron a una sala del hospital conocida como «el búnker». La habilitaron cuando la crisis del ébola y no la habían utilizado hasta entonces. «Cuando se empezó a hablar de esto y montamos la sala especial yo pensaba que sería como entonces con el ébola y que tampoco iba a ser para tanto», rememora esta enfermera. Falló en su pronóstico y la irrupción de covid convirtió al Royo Villanova en un hospital fantasma.
«Hoy seguimos con las ucis al límite pero al principio recuerdo que caminar por el hospital daba miedo. Todas las puertas estaban cerradas y no te cruzabas con nadie. Era una sensación horrible», dice.
«Te esfuerzas pero los pacientes no siempre tienen un buen final»
Los primeros días fueron «caóticos» y los aplausos, aunque eran muy «emocionantes» no fueron suficientes. «Hubiéramos preferido que se hubieran convertido en responsabilidad individual. La sensación hoy es que no avanzamos y que, aunque conocemos más al virus, estamos como al principio», lamenta García.
Después de la primera ola, el sentimiento de optimismo y la «nueva normalidad» también llegaron al Royo Villanova. «Quitamos los plásticos de las unidades covid como si fuera una fiesta. Pensábamos que íbamos a seguir teniendo casos pero no lo que ha pasado después», cuenta. Ahora, están agotados: «En verano no sabíamos si íbamos a aguantar otra ola como la primera. Pero es que no ha sido solo una, van cuatro ya. Vivimos en una montaña rusa de sentimientos y estamos muy cansados», añade.
De su trabajo lo más frustrante es enfrentarse a pacientes con los que llegan a tener un vínculo emocional y que, a pesar de los esfuerzos constantes, no mejoran. «Es muy duro. Enfermería es quien está atendiendo 24 horas al día. Estamos a pie de cama. Y como son pacientes que pasan mucho tiempo ingresados los llegas a conocer, a ellos y a sus familias. Te esfuerzas mucho y pero no siempre tienen un buen final y sientes que tu trabajo no ha servido para nada. Es muy duro», explica.
A pesar de todo, esta enfermera trata de ser optimista: «Espero que estemos ya a mitad de camino. No sé cuándo se va acabar esto pero siempre pienso que ya queda un día menos».