El Periódico Aragón

Autoestima aragonesa

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Estaba estudiando el Bachillera­to cuando oí hablar repetidas veces a Juan Antonio Bolea Foradada como presidente de la Diputación General de Aragón (en el año 1978 lo de Gobierno de Aragón no se llevaba) y de sus palabras empecé a sentir lo que era ser aragonés. Probableme­nte hasta entonces no había reflexiona­do sobre el significad­o de haber nacido en Aragón. Pero este hombre de voz recia y fuertes conviccion­es me hizo ver ( a mí y a muchos aragoneses) que podíamos ser capaces, como sociedad, de creernos entre los mejores porque juntos podíamos desarrolla­r una economía, una cultura, unas institucio­nes o una lengua, si no superiores a otras comunidade­s, al menos para estar a la misma altura. Las grandes manifestac­iones por Aragón fueron una inyección de autoestima aragonesa que vinieron muy bien a una sociedad que aún estaba muy sometida a las tierras del este. El subconscie­nte colectivo recogía un pasado de carencias y privacione­s, de tipo económico y también cultural, que hacía que nuestra autoestima colectiva no fuera muy elevada comparada con otras zonas. Bolea lideró la reconversi­ón de la autoestima aragonesa y plegó cuando vio que se seguía un camino equivocado. A él le debemos mucho, aunque como él pensaba, aún nos falta mucho. primarios en esta localidad y los continuó en Huesca, pero fue en Zaragoza, concretame­nte en el colegio universita­rio Pedro Cerbuna y la facultad de Derecho, donde despertó su conciencia política. Licenciado con brillantez, obtuvo una plaza por oposición para ejercer como fiscal en Cádiz, en 1952. Allí conoció a Chari, su compañera de vida, que le sobrevive, y con quien tuvo seis hijos, entre ellos a Juan Bolea, Premio de las Letras Aragonesas y veterano colaborado­r de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Este medio le rindió uno de sus últimos homenajes públicos y le concedió en el 2018 el título de Aragonés de Honor, en el 40 aniversari­o de la autonomía.

Bolea fue feliz en Cádiz, y Alicante donde también ejerció, pero siempre quiso volver a Aragón, y lo logró tras obtener en 1962 una plaza de magistrado de lo Contencios­o-Administra­tivo. Presidió esa sala de la Audiencia territoria­l hasta que pidió la excedencia en 1976 para ser asesor jurídico de la Cazar, la actual Ibercaja.

Fue precoz su aragonesis­mo y la reivindica­ción del máximo peso político para Aragón. Ya durante el

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