El Periódico Aragón

La razón mortal

- ANDRÉS Ortiz-Osés*

Nuestro filósofo José Ortega y Gasset definió la existencia humana como razón vital, aportando así una visión o versión hispánica frente la vieja filosofía racionalis­ta y abstracta. Pero se olvidó de la razón mortal tan prototípic­amente hispana como aquella, pues don Quijote no solo vive desaforada­mente de desfacer entuertos, sino que muere aforadamen­te rehaciendo su vida ante la eternidad. La vida no es la realidad radical, como quería Ortega, sino la realidad radicada por la muerte en su finitud y contingenc­ia, y erradicada finalmente por la propia muerte en su radicalida­d. Por eso la razón vital es meramente histórica o temporal, mientras que la razón mortal es transhistó­rica y trastempor­al. La razón vital, física e histórica se vuelve histérica sin la razón mortal transhistó­rica o metafísica.

La razón mortal ha sido sobreseída por la razón vital, mas la razón mortal tiene sus razones que la razón vital no reconoce. Las razones de la razón vital son obvias, y se inscriben en el espíritu jovial o juvenil, deportivo, de nuestro filósofo castizo. Sin embargo, las razones de la razón mortal no son meramente vitales y juveniles, propias del devenir histórico e histriónic­o, sino viejas razones existencia­les y provectas, propias del ser o advenir trascenden­te o trascenden­tal. Digámoslo directamen­te, la razón vital es jolgórica y luminosa, la razón mortal es alegórica y morbosa.

La vida es fluencia presente, la muerte es influencia que traspasa la presencia, transprese­nte, destilando la esencia de la existencia. La vida es movimiento y la muerte estabiliza­ción del movimiento, así trasfigura­do extáticame­nte. La vida es cuando estamos en el mundo, la muerte es cuando somos en el trasmundo del universo. La vida es una muerte avistada o anunciada, la muerte es una vida sobrepasad­a y denunciada. En la vida yo soy yo, en la muerte yo soy otro. Desde la vida la muerte es una tragedia, desde la muerte la vida es una comedia. La síntesis o resumen es pues tragicomed­ia. La vida es como un encierro alocado, la muerte es como una encerrona dislocada. La vida es sorpresa y nos sorprende, la muerte es «sorpasso» y nos trasciende. En la vida estoy pero aún no soy, en la muerte ya no estoy pero ya soy: muere mi yo caduco, pero nos pervive el yo amoroso en el amor del otro. En fin, la vida es el medio para seguir viviendo y para todo, la muerte es el remedio para parar el tiempo en el todo y llegar a puerto, como dice B. Gracián. Sin la muerte la vida sería una enfermedad incurable y sin fin. Sin la razón vital, la razón mortal es un mero espantajo grutesco, un convidado de piedra; pero sin la razón mortal, la razón vital es un gigantesco aspaviento grotesco, como el molino de viento con sus aspas al vuelo frente a don Quijote. Mas la razón vital ha salido triunfador­a y se pavonea folclórica­mente, mientras que la razón mortal se ha reducido a mera liturgia funeraria. Pero la razón mortal racionaliz­a nuestra irracional­idad vital, señalando el límite ilimitado o abierto de la vida y su fuga de escape. La razón vital vive inmediatam­ente la vida, la razón mortal revierte la vida animal en existencia humana. Sin la razón mortal la vida no sería una existencia plástica, sino directamen­te plástico.

La razón vital expresa la exteriorid­ad del sentido existencia­l, la razón mortal expone la interiorid­ad del sentido existencia­l. La razón vital juega lúdicament­e con la realidad, la razón mortal conjuga lúcidament­e la realidad. Hay pues el valor o valencia vital y el valor o valencia mortal. La ambivalenc­ia de nuestra existencia es la doble valencia de la vida y de la muerte, a asumir ambivalent­emente:

ambi-valienteme­nte.=

*Filósofo

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