Llena de equívocos, la historia transita por caminos en los que la literatura no cede ningún espacio a la convención
Llegué a esta novela con la intención de devorarla y, por el contrario, cada vez que pasaba página sentía que me devoraba ella a mí. Desde que la terminé, no me la he podido quitar de la cabeza, como si yo realmente necesitara una y otra vez volver para dejarme envolver por los recovecos que propone y, como si de un mágico maestro de ceremonias se tratara, dispone. Un protagonista cuyo nombre no importa relata en primera persona, con la emoción puesta en el detalle, una circunstancia vivida en su temprana adolescencia que supone un detonante que a lo largo y ancho de la narración amenaza con estallar y hacerlo saltar todo por los aires. Sus amigos fueron testigos de aquello, y parece inevitable que a ciertas edades las trastadas afiancen los vínculos, más aún cuando la imaginación se ocupa a posteriori de añadirles elementos que otorgan grandeza. El reencuentro con Simón, uno de aquellos compañeros de juventud, parece inminente. Y de ahí en adelante, hasta el mismo punto final, el juego propuesto por el escritor es tan imparable como desasosegante.
Llena de equívocos, de desconciertos y de imprevistos, la historia transita por caminos en los que la literatura no cede ningún espacio a la convención y se entrega a la construcción de un mundo que se aprovecha de la ficción para parecer real o quizás pueda suceder que se ampare en la realidad para construir episodios ficticios. No me interesa conocer cuánto hay de invención y cuánto hay de vivencias propias en este magnífico libro, titulado Trigo limpio, merecedor del Premio Biblioteca Breve 2021, editado por Seix Barral, y escrito por el almeriense Juan Manuel Gil, autor del que me he convertido ya en incondicional.
Lo que a mí me importa es la fuerza de los sucesos, de los personajes que los protagonizan y de las conversaciones que ayudan a situar a los primeros y a comprender a los segundos, si es que es eso posible a tenor de las mentiras que se refugian en el disfraz de los recuerdos distorsionados. Sin olvidar la necesidad de aferrarse al punto de vista, claro, esa disposición que solo admite una dirección para hacerse con la verdad y que no puede ser rebatida ni discutida porque nace de los sentidos. De los propios, nunca de los ajenos. El mío se ha centrado en disfrutar de esa extraña combinación que me ha invadido, desasosiego y carcajadas casi a la par, reacciones provocadas por diálogos que no precisan de prólogo ni de epílogo porque están vivos de principio a fin. Y, mientras tanto, el susurro de los clásicos esperando, soterrados, ocultos, aguardando su momento, enseñando que todo laberinto tiene su salida, y que generalmente se sale más fuerte de lo que se entró.
A la espera de las consecuencias del percance ocurrido, aquel joven adolescente se tropieza con un hombre, una especie de mensajero, que magnetiza. Por ello nunca deja de estar presente, y por ello hablar de él supone apasionarse al igual que se apasiona quien lo escucha. Sin moverse de su asiento, imparte sus lecciones, reparte sus miedos y comparte sus confidencias con sabor a leyenda, convirtiéndose en otro de esos motores que rasgan el silencio del lector. Maravillosos los retratos de quienes completan el elenco y complementan la acción, madres que actúan desde la desesperación y que bien podrían pasearse, sin desentonar lo más mínimo, por un reino de fantasía o por un barrio de tintes neorrealistas que requiera desgarro del bueno.
Afirmar que esta novela está muy bien escrita es quedarse corto, pues dicha premisa se puede aplicar a bastantes libros que carecen de audacia. Sin embargo, también afirmo que al final conviene quedarse con los títulos que consiguen que nuestras emociones se alteren y que nuestros sentidos se serenen. La mejor fórmula es que el drama y el humor se equilibren dando muestras fehacientes de que no pueden vivir separados. No he encontrado mejor ejemplo que el que me ocupa. De ahí que mi propuesta consista en una incursión en las cuestiones que giran en torno a la figura de ese amigo del pasado llamado Simón, y en una excursión por el enredo que le ha convertido en alguien que vive entre la transparencia y la opacidad. ‘TRIGO LIMPIO’ Juan Manuel Gil