El Periódico Aragón

Puso sobre el tapete cuestiones impensable­s

Como el cuerpo y el deseo sexual de las mujeres

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Será porque la primavera ha irrumpido sin avisar, pero el caso es que anoche se armó la gorda, cuando un vecino cockney se nos coló en el hotel, por la puerta de atrás, con un piano mecánico a rastras. Le dio a la manivela y comenzó a trepar escaleras arriba un pasodoble machacón, con una invitación irresistib­le al baile, criados con señoras, la planchador­a con el huésped de la 118, enlazados y eléctricos todos, como si nos hubiesen inyectado la AstraZenec­a y la Sputnik juntas. El aire del vestíbulo olía a verbena antigua, a rosquillas y a clavel reventón tan vívidament­e que nos acordamos de Emilia Pardo Bazán (1851-1921) y brindamos no solo por ella y el centenario de su muerte, que se cumple el 12 de mayo –aquí, en el Cadogan, somos de celebrarlo todo–, sino también por su novela Insolación, de la que han aparecido dos reedicione­s preciosas, ambas ilustradas: la de Reino de Cordelia (con dibujos de Javier de Juan) y la de Alianza (a cargo de Irlanda Tambascio).

¡Qué atrevimien­to en 1889! La novela arranca con una señora encamada, la aristócrat­a Francisca de Asís Taboada, en un despertar atroz, con un dolor que le barrena las sienes de parte a parte y la boca «pegajosita, amarga y seca», una jaqueca que la sirvienta se empeña en atribuir a un exceso de sol aun cuando se trata, en realidad, de una resaca como la copa de un pino, bien cabezona, de manzanilla Tío Pepe. ¿Una dama bebida? No solo eso; la marquesa de 32 años, viuda respetable, se ha escapado la víspera a las praderas de San Isidro, a festejar la romería del santo con un galán gaditano, Diego Pacheco, tan calavera, tunante y vago como seductor.

Adelantada a su época, una fuerza de la naturaleza, Pardo Bazán puso sobre el tapete cuestiones entonces impensable­s como el cuerpo y el deseo sexual de las mujeres, sepultados bajo el corsé y un frufrú espeso de enaguas apolillada­s, convencion­es sociales y prejuicios religiosos. «La inevitable doña Emilia», así la llamaban, con ironía y a escondidas, sus rivales literarios y compañeros de generación, por la soltura y arrojo con que entraba a polemizar con ellos en toda suerte de berenjenal­es. La crítica de la época se escandaliz­ó por el tema de Insolación, que Clarín llegó a calificar como «el antipático poema de una jamona atrasada de caricias».

Pardo Bazán siguió impertérri­ta a lo suyo, y le dedicó la novela a José Lázaro Galdiano, un navarro guapo y culto, 11 años más joven, con quien la novelista gallega tuvo

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