El Periódico Aragón

Lenguas y castas

- DANIEL Gascón*

Amenudo la pasión por una lengua minoritari­a tiene algo hermoso y levemente excéntrico: el viajero que recoge palabras por valles perdidos, la filóloga que graba a unos ancianos recitando, el escritor que quiere desarrolla­r las posibilida­des de una lengua con poca tradición literaria, el editor que crea una colección. También es comprensib­le que alguien sienta tristeza ante la desaparici­ón de algo que ama y que desee evitarla. El afán de estudiar, enseñar y proteger esas lenguas está lejos de parte del debate actual, como muestra la proposició­n no de ley sobre «la realidad plurilingü­e y la igualdad lingüístic­a» en España, una iniciativa parlamenta­ria de Bildu avalada por los grupos Unidas Podemos, Esquerra Republican­a, PNV y Grupo Plural, que se votó en el Congreso hace unos días. Aquí el objetivo es político.

Como observa Manuel Toscano, la cosa no va de plurilingü­ismo, sino de plurinacio­nalidad. El objetivo no es reconocer, por ejemplo, las tres lenguas con presencia histórica en Aragón, sino fabricar una agregación de particular­ismos dopados que se restan a lo común. La lengua es un señuelo: «el plurilingü­ismo es un ariete contra el orden constituci­onal, un pretexto para denunciar que el Estado español es una moderna ‘cárcel de pueblos’». Se utilizan herramient­as burdas como «la lengua propia», cuyo único sentido es dar a entender que la lengua común es ajena, se emplea una contabilid­ad tramposa que considera zonas bilingües lugares donde la lengua minoritari­a no ha tenido presencia o ha dejado de tenerla hace siglos y en las zonas realmente bilingües el castellano aparece como una especie invasora. Desde ese punto de vista, las lenguas tienen derechos, no los hablantes. Ya encontrare­mos hablantes suficiente­s si se convierte en lengua administra­tiva.

Hemos visto el proceso: primero se secuestra la lengua y se consigue la complicida­d de quienes creen que su preservaci­ón es importante, y luego se construye una barrera de entrada para la competenci­a de otras comunidade­s. Así se consigue la complicida­d de la clase media local. El incentivo es perverso: en vez de denunciar una situación que quiebra la igualdad entre españoles, se decide crear otra barrera; si ellos tienen, nosotros también.

El problema de la lengua minoritari­a es que no era útil, pero podemos conseguir que lo sea: solo es necesario crear una casta dependient­e de su conocimien­to. Y cuando es una vía de acceso imprescind­ible para algunos puestos de trabajo, su imposición sobre los hablantes de clases bajas se justifica con un argumento progresist­a sobre el ascensor social. *Filólogo y escritor @gascondani­el

El problema de la lengua minoritari­a es que no era útil, pero lo será si se crea una casta dependient­e de su conocimien­to

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