El Periódico Aragón

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- L. M. GABÁS lmgabas@aragon.elperiodic­o.com ZARAGOZA

Carlos Manuel Escribano tomó posesión de la cátedra de la archidióce­sis de Zaragoza en noviembre. Tiene 56 años y anteriorme­nte fue obispo de Calahorra y de La Calzada-Logroño tras su paso por Teruel-Albarracín. Anteriorme­nte ejerció como párroco en la capital aragonesa.

Ha cumplido usted sus primeros cien días al frente del Arzobispad­o de Zaragoza. ¿Goza de buena salud más allá de esta pandemia del coronaviru­s que lo ha cambiado todo?

– Hay futuro, pero mucho trabajo por delante. Me he dado cuenta de que hay cuatro minidióces­is dentro de la principal, aunque mis curas me corrigen con que son cinco, con realidades y problemas muy diferentes. Algunos como la seculariza­ción es común a todos, pero ha sido importante en este tiempo tomar el pulso y ver que hay zonas como el medio rural, donde el problema es la despoblaci­ón, y otras como los nuevos barrios de Zaragoza, donde hay mucha población joven y debemos llegar a ella. A esto hay que añadir que hay una realidad evidente de marginació­n social y de nuevos vecinos que provienen de otros países y que tienen otras creencias. Hay muchos frentes.

Entiendo, entonces, que ha pensado en formas diferentes de atender las necesidade­s de cada sitio. – Hay que atender las particular­idades y hacer propuestas pastorales acordes a cada lugar. Hay muchos párrocos de municipios grandes que están haciendo un trabajo muy interesant­e y plural, como puede ser en Caspe. Allí la población inmigrante tiene un peso social y, por lo tanto, eso obliga a tener perspectiv­as en un diálogo interrelig­ioso. En los pueblos más pequeños tenemos que redoblar esfuerzos, pese a las distancias, para hacer una labor de acompañami­ento y en la gran ciudad como es Zaragoza, la quinta de España, tenemos que cambiar determinad­as percepcion­es.

¿A qué se refiere?

– Parto del hecho significat­ivo de que mucha gente percibe la presencia eclesial como una reliquia del pasado. Como un hecho que ya no es significat­ivo y que, por tanto, tiene una importanci­a menor. Eso lleva a pensar que no tenemos grandes cosas que decir. Esa es mi gran tarea que tengo cambiar. Vamos a seguir atendiendo a nuestras comunidade­s porque a las parroquias siguen viniendo por los sacramento­s o por las misiones caritativa­s, pero quiero entablar un diálogo con la realidad social.

¿Quieren estar presentes en las reuniones con los tejidos sociales?

– Sí, quiero que estemos. Debemos escuchar para participar en el diálogo social. Aquí hay mucha gente que está trabajando y lo está haciendo bien, pero hay que pensar en que la sociedad ha mutado y es necesario hacer proposicio­nes que realmente te permitan interactua­r con ese contexto social que en estos momentos está azotado por una pandemia que, cuando acabe, nos tiene que hacer reflexiona­r sobre cómo nos tambaleó todo. Espero que no nos quedemos en el análisis simple de la mascarilla, el hidrogel y de la vacuna, que es bienvenida.

Permítame el reduccioni­smo, pero ¿lo que quiere es estar en todos los foros y mesas sociales?

– Por supuesto que no. No solo hay curas en la Iglesia. Hay mucha gente, tanto jóvenes como mayores, que tiene una formación profesiona­l o una experienci­a vital que puede estar y debe estar presente. Pero los sacerdotes también debemos escucharle­s y aprovechar la experienci­a de esos creyentes. Es muy importante escuchar porque no somos un Vademecum de respuestas.

No deja en buen lugar a sus antecesore­s...

– No lo entienda así. Cada momento de la historia plantea unos interrogan­tes distintos. En ese sentido, el Papa Francisco desde el principio de su pontificad­o ha ido proponiend­o elementos que yo creo que son muy significat­ivos. Algunos parecen mantras o frases hechas como: «Tenemos que ser una Iglesia en salida», es decir, que las puertas estén abiertas, «Tenemos que ser una Iglesia misionera»... pero la complejida­d es atender eso. ¿Quiere decir que eso no se ha hecho anteriorme­nte? Pienso que igual no era tan necesario porque había una mayoría social que participab­a de la vida de la Iglesia, es decir, los tenías en casa. La seculariza­ción está avanzando y nos obliga a situarnos de un modo distinto. Debemos debatir las ideas.

¿No lo hacen? España aprobó la Ley de la Eutanasia y ustedes dieron su opinión.

– Hay que entrar en diálogos inteligent­es, diálogos de la razón y ser capaces de discutir de manera constructi­va. A veces no se hace. Es paradigmát­ica la propia ley que me menciona por lo que se va percibiend­o de los colegios médicos, de las propuestas deontológi­cas de los profesiona­les... yo creo que ellos tampoco se han sentido escuchados. Yo cuando era párroco iba a visitar a los feligreses a las casas a llevarles la comunión y algunos me decían: «Me quiero morir»; pero «no te decían que querían morirse en realidad, sino vivir así». ¿Por qué hay que defender los cuidados paliativos? Generan un espacio de amor entorno a la persona que sufre. A veces, el problema es que cuestan dinero. Falta reflexión.

¿Y ha reflexiona­do sobre las inmatricul­aciones? Porque se les acusa de poner no solo templos a su nombre, sino otros bienes como frontones para no pagar impuestos.

– Nosotros hemos actuado conforme a la ley. Esa es nuestra obligación moral y lo que está a nombre de la Iglesia en Zaragoza tiene un destino cultural o social. Pero vamos, si hablamos de privilegio, debemos señalar que es compartido por muchos otros entes sociales porque forma parte de la ley del mecenazgo del 2002 como son también los partidos políticos o los sindicatos.

Ha hablado de escuchar a la sociedad y los abusos sexuales en el seno de la Iglesia es un tema del que se habla. Aquí ustedes pusieron en marcha una oficina para recibir denuncias y reconducir este problema, pero ya no se ha vuelto a saber nada de ella.

– La fortuna es que desde que se ha puesto en marcha no ha habido ningún problema, ni ninguna denuncia. Nosotros hemos dado respuesta a una problemáti­ca eclesial y social y pretendo que esta oficina no solo atienda abusos en el seno de la institució­n. La Iglesia ha estado en tareas educativas, en tareas hospitalar­ias... reconozco que se han hecho cosas inadecuada­s y eso obliga a corregir la praxis. Cualquier caso de abusos en la iglesia es deleznable, pero ocurren en otros ámbitos y nosotros podemos acompañarl­es, ayudarles y asesorarle­s. Debemos estar con la sociedad.

«Mucha gente percibe la presencia eclesial como una reliquia y eso tengo que cambiarlo»

«Los abusos son deleznable­s, pero pasan en otros ámbitos y tenemos que ayudar»

¿Cómo van a cubrir tanto? Si ni las iglesias pueden tener abiertas por la falta de vocaciones.

–Es un problema, pero también observamos que ya no es como antes que los seminarist­as comenzaban muy jóvenes, sino que Dios les llama después de que, por ejemplo, haber finalizado sus estudios universita­rios. El perfil ha cambiado. Es un reto. ¿Qué genera vocaciones? Que haya comunidade­s vivas y para eso hay que echar mano de las cofradías, ahora que estamos en Semana Santa.

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JAIME GALINDO

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