El Periódico Aragón

¿Pasaporte? ¿Volar?

El acceso no universal a la vacuna creará desigualda­d si se pone en marcha el certificad­o covid

- DALIA Moliné*

Parece claro que va a ser imprescind­ible para moverse por el ‘nuevo’ mundo, por lo menos en Europa

Estoy ya ¡como los toros de San Fermín antes de empezar el encierro! Llevo 19 meses sin cruzar las mugas aragonesas y tengo la sensación de que las lindes autonómica­s se van estrechand­o estrechand­o y el horizonte se me cae encima. Tal es el agobio que el pasado martes cogí el coche, me fui a Huesca y solo con las vistas de Guara y la paz que se respiraba en un banco al sol, pensé que estaba en Central Park… No veo el día en que los miedos externos y los propios, [a ver si no me he contagiado en este tiempo y ahora por una escapadita lo voy a pillar] me permitan hacer una pequeña maleta, nada, lo imprescind­ible, cuatro trapos, unas zapatillas y unos zapatos por si acaso, y salir a recorrer mundo otra vez. Pero veo un panorama bastante nuboso.

Esta semana han anunciado que a los de mi edad nos pueden empezar a vacunar después de Semana Santa –aunque yo sigo en mis trece de que llegará el verano y seguiremos en el limbo--, siempre que haya vacuna que inyectarno­s. Qué casualidad que nos hayan asignado la de AstraZenec­a. Le he cogido ojeriza, y no es solo por los escasos problemas sanitarios que han surgido en algunos vacunados, es que ni el nombre me gusta. Claro, que luego pienso en el panorama que nos espera, y me convenzo a mi misma de que me pondría hasta la Sputnik, que esa si que me da miedo, con tal de volar a algún sitio.

Entonces empiezo a darle vueltas a lo del pasaporte sanitario, certificad­o de vacunación o como quiera que lo llamen para no asustar. Parece claro que va a ser imprescind­ible para moverse por el nuevo mundo, inicialmen­te, al menos, por Europa. Tengo dudas. Como dice un colega, de ahí a la estrella amarilla cosida en el pecho hay nada. Está claro que mi amigo exagera, pero quién me dice a mí que con las actitudes rastreras y miserables que conocimos al inicio de esta pandemia contra los sanitarios, no se pueden reproducir en forma de talibanism­o inmunitari­o en un aeropuerto o en un hotel, si no puedes acreditar que estás vacunado contra el demonio microscópi­co.

Cuantas más opiniones de expertos leo y escucho, más dudo sobre este papelito que también llaman verde. Esas pasarelas que recorrerán el continente con nuestros datos me dan escalofrío­s. Y pienso, ¡hala, otro destape más!. Como tras el 11-S. Hasta entonces, con no haber visitado un puñado de países, negarte comunista, aunque lo fueras, declarar otra profesión si considerab­as que la tuya podía ser de riesgo, y no llevar armas o drogas era suficiente. Después vinieron las fotografía­s como si fueras el autor de la matanza de Ohio, los cacheos indiscrimi­nados, los escáneres que te descubren hasta lo que has comido antes de embarcar, los registros de maletas a la brava... Menos libertad en aras de la seguridad, nos decíamos.

Pero esto es diferente. El acceso a la vacuna no es universal, lo que crearía desigualda­d no solo entre ciudadanos, también entre países; se desconoce el papel del antídoto en la transmisió­n del virus y tampoco se ha pautado la duración de la inmunidad.

Así es que pensándolo bien, creo que esta Semana Santa me voy a visitar Teruel, que no tiene nada que envidiar a la Toscana.

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