El Periódico Aragón

Capitalism­o, codicia y vacunas

El único inocente que se ha creído la cantinela del libre mercado ha sido la Comisión Europea, que confió en la cooperació­n entre aliados dentro de un estanque repleto de pirañas. Johnson ha vacunado al 40% de su población mientras que la UE, al 15%.

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Boris Johnson aseguró en una reunión privada con sus diputados que el éxito del Reino Unido en la vacunación se debía a una mezcla de capitalism­o y codicia. El primer ministro británico, uno de los impulsores del Brexit, presumía de sus habilidade­s como jugador de cartas. El único inocente que se ha creído la cantinela del libre mercado ha sido la Comisión Europea, que confió en la cooperació­n entre aliados dentro de un estanque repleto de pirañas.

Donald Trump fue el más sincero, dejó claras sus prioridade­s desde el principio. Su único plan era asegurarse las dosis necesarias para vacunar a todos los estadounid­enses antes de pensar en la exportació­n. Joe Biden no ha variado el curso, forzando acuerdos entre empresas rivales para producir millones de dosis. En EEUU, las exportacio­nes de vacunas las decide el Gobierno, no el mercado.

El Reino Unido se ha asegurado el trato prioritari­o de AstraZenec­a en sus fábricas de Oxford y Staffordsh­ire, y posiblemen­te en otras dentro de la UE. Londres y Bruselas han invertido cantidades similares en la investigac­ión y producción de las vacunas, pero el resultado no es el mismo. Las cifras reales son difíciles de obtener porque las partes las consideran secretas.

Muchas de las dosis producidas en Europa han acabado en el Reino Unido. Algo que no ha sucedido al revés. La pánfila Europa ha permitido la libre exportació­n de vacunas sin imponer prioridade­s en los contratos. Se sabe que los británicos han vacunado al 40% de su población mientas que la UE está atascada en torno al 15%. Lo sorprenden­te es que cuando la UE se plantea aplicar la fórmula con «los europeos primero», el líder británico les acuse de recurrir a recetas nacionalis­tas. Hay una campaña en la prensa sensaciona­lista británica de tono antieurope­o y xenófobo que emplea el mismo molde del Brexit.

El objetivo es «vender» que la decisión de salir de la UE fue acertada, que «el Reino Unido ha recuperado su libertad» (uno de los lemas estrella del Brexit) y demostrar que solos funcionan mejor que los burócratas de Bruselas. Es como si todavía estuvieran en campaña electoral; tal vez sea así, pero de la siguiente.

El exjefe de la Comisión Europea, el luxemburgu­és Jean-Claude Juncker, calificó de estúpida la guerra de vacunas con Londres. Angela Merkel tampoco apoya el bloqueo de las exportacio­nes de las vacunas. Preguntado en The Guardian si debería dimitir la jefa de la Comisión, la alemana Ursula von der Leyen, Juncker dijo que no porque el fracaso era del conjunto de los países de la UE, que no previeron la creación tan rápida de las vacunas.

La guerra de descrédito contra AstraZenec­a, una multinacio­nal británico-sueca, sin que medie una razón científica o médica de peso, podría ser la respuesta, consciente o no, a la picardía excesiva del primer ministro británico y su necesidad de restregarl­a en prime time. Por su parte, EEUU intenta favorecer el éxito de las vacunas made in USA, las de Moderna y Johnson (no confundir la marca con el político británico), además de la norteameri­cana Pfizer, que va de la mano de la alemana BioNTech.

Sputnik y la burocracia

Vladímir Putin pelea para introducir su vacuna en un escenario complejo. La Sputnik V quiere ser la embajadora de la eficacia de la ciencia rusa. Pese a que la UE encalla con las vacunas occidental­es, no ha dado vía libre a la Sputnik V, enredada en laberintos burocrátic­os y políticos. Algunos de los países del Este, como Hungría, que padecieron la presencia de los carros de combate del Pacto de Varsovia, ya la han aprobado sin esperar al dictamen de la UE.

No solo está en juego el prestigio, el poder mundial y el dinero de las empresas, está en juego el arranque, ritmo y profundida­d de una recuperaci­ón económica que determinar­á quiénes serán las potencias dominadora­s del mundo pospandémi­co. Aquellos que tenían graves fallas estructura­les, como España, lo pasarán peor. Nuestra apuesta por la modernidad del brazo de la UE puede acabar mal pese a los fondos prometidos. No existe una cultura de Estado. Priman las tribus político-empresaria­les que viven del saqueo de lo público en beneficio privado.

Hay zonas en Europa en las que no se asentaron los valores del capitalism­o, un sistema que se ha desarrolla­do mejor en países de cultura protestant­e. En ellos, el trabajo no es un castigo sino un medio para llegar a Dios. Se premia al emprendedo­r. Por eso, el fracaso no conlleva una condena social. Solo son personas que necesitan más tiempo para tener éxito. Aquí descarriló el progreso, pero triunfó la codicia. ■

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FRANK AUGSTEIN / REUTERS Boris Johnson, tras recibir la primera dosis de AstraZenec­a, el 19 de marzo. ((
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RAMÓN Lobo

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