El Periódico Aragón

¿Una fiscalidad global?

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La reforma fiscal presentada en Chicago por la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, supone un punto de inflexión a escala internacio­nal. Al presentar un plan concreto de aumento del impuesto de sociedades a escala nacional del 21%, establecid­o por la Administra­ción de Donald Trump, al 28% que maneja Joe Biden, aspira a asegurar los recursos necesarios para financiar el ambicioso plan de infraestru­cturas diseñado por la Casa Blanca. Al aumentar la carga impositiva del 13% al 21% para los ingresos de las empresas estadounid­ense obtenidos en el extranjero persigue acabar con una situación que, en la práctica, convierte en poco menos que simbólica tal tributació­n. Y al trasladar a los países del G-20 una propuesta para armonizar el impuesto de sociedades a escala mundial y fijarlo en un mínimo del 21% pretende acabar con la competenci­a fiscal entre estados, siempre a la baja, que favorece la proliferac­ión de paraísos fiscales y las deslocaliz­aciones.

Las propuestas hechas por Yellen afectan en primer término a las multinacio­nales, habituadas a encontrar atajos para pagar menos impuestos y muy favorecida­s por Trump, que redujo su carga impositiva en 14 puntos desde el 35% para el impuesto de sociedades establecid­o por la Administra­ción de Barack Obama. De lo que es fácil deducir que la tramitació­n de la reforma será extremadam­ente difícil en el Congreso, especialme­nte en el Senado, donde el empate a 50 escaños entre demócratas y republican­os anuncia una gran batalla política. Pero vaticina también un renovado interés por la concreción de la orientació­n neokeynesi­ana que el equipo de Biden ha dado a su programa para superar los estragos causados por la pandemia.

Para la Unión Europea, rezagada con relación a Estados Unidos en cuanto atañe a la gestión de la salida de la crisis, será capital el resultado final del debate sobre el programa de Biden, cuyo éxito multiplica­ría las posibilida­des de que la OCDE desbloquee el debate sobre la armonizaci­ón fiscal del impuesto de sociedades que tenía sobre la mesa. Pero la propia Europea tiene el problema en casa, ante las dificultad­es que encara para abrir el melón de los paraísos fiscales en Europa para acabar, cuanto antes mejor, con la competenci­a desleal entre socios –Irlanda es el caso más citado–,. Aunque la discusión no podrá limitarse a solo una forma impositiva, sino que deberáncon­templarse otros muchos resquicios que deja la economía global para eludir la armonizaci­ón fiscal propuesta por Yellen o las iniciativa­s para que las grandes tecnológic­as tributen en cada país en función de su actividad y de sus resultados reales en cada territorio.

A nadie se le oculta que alcanzar un consenso internacio­nal en la materia, lo mismo a escala europea que internacio­nal, se antoja un camino cuanto menos lleno de obstáculos. En primer lugar, porque para algunos estados es fundamenta­l para sus economías la captación de conglomera­dos empresaria­les mediante una muy baja tributació­n. En segundo lugar, porque muchas de las empresas que operan a escala mundial han logrado mejorar sus cuentas de resultados mediante la migración de unos países a otros, algo que las nuevas tecnología­s simplifica­n en grado sumo. Y_en tercer lugar, porque son muchos los gobiernos que han convertido la promesa de bajar impuestos en un señuelo electoral para atraer voluntades. Pero nadie ha dicho que vaya a ser fácil corregir una inercia imparable durante los últimos años

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