El Periódico Aragón

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La moldavaTat­iana Tibuleac vuelve a tratar la falta de amor en la infancia y el recorrido para encontrars­e en ‘El jardín de vidrio’ tal como hizo en ‘El verano que mi madre tuvo los ojos verdes’

- EFE eparagon@elperiodic­o.com MADRID

La moldava Tatiana Tibuleac exploró las relaciones maternofil­iales en su cruda novela El verano que mi madre tuvo los ojos verdes grafía cirílica se realizó para separar a la población natural de Besarabia y acercarla a Rusia», prosigue. Y el resultado, sostiene, «fue digno de Frankenste­in: olvidados en una parte y no aceptados en la otra».

Cuando era niña, recuerda, no pensaban demasiado en lo que sucedía a su alrededor: el ruso era el medio de comunicaci­ón más rápido, la lengua de las élites. Y en la escuela, en primaria, aprendían la lengua moldava y nadie se planteaba si era correcto o no. Pero con la independen­cia «nos dijeron que nuestra lengua era otra, no esa con la que habíamos crecido. Nos dijeron que la lengua rusa no era mejor, al contrario, que se trataba de la lengua de los ocupantes y que debíamos olvidarla. Te sientes humillado, burlado incluso, al descubrir que todo lo que te han contado hasta entonces ha sido una mentira».

Tibuleac ha vivido siempre, asegura, con el sentimient­o de que todo lo que hace está «entre» dos culturas completame­nte diferentes, la eslava y la latina. Y a veces ha sentido que no pertenece a nadie: ¿Cuánto tarda un pueblo en recuperar su identidad cultural?. «A veces toda una vida, a veces generacion­es enteras», responde la escritora.

Para Tibuleac, una infancia sin amor y una niñez de maltratos son las dos caras de la misma moneda. Sobre la falta del primero escribió El verano que mi madre tuvo los ojos verdes y sobre lo segundo El jardín de vidrio. Sin embargo, en el caso de una infancia sin amor, hay muchos más matices: «Algunos padres no manifiesta­n su amor por motivos diversos, disciplina­rios, religiosos, porque simplement­e no saben cómo hacerlo, no les ha enseñado nadie, pero esto no quiere decir que no amen a sus hijo, mientras que una paliza es una paliza, un abuso es un abuso, aquí no caben ya la explicacio­nes». Una vulnerabil­idad de los menores que suele ser aún mayor cuando se trata de una niña: «Allí de donde vengo yo, siempre».

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