El Periódico Aragón

‘Freedom is not free’: la guerra de Estados Unidos contra la pandemia

- AINHOA Moll*

Cuando en el año 2006 me trasladé a vivir a Londres se me quedó grabado un comentario sobre el sistema sanitario inglés: «Ni se te ocurra pisar un hospital británico, si tienes que ir al médico, coges un avión y vuelves a España».

Por aquel entonces nuestra confianza en el sistema sanitario español era absoluta y como las conexiones aéreas eran fáciles y baratas, el tema no resultaba del todo descabella­do. ¿No hablaban los periódicos constantem­ente de cómo el enfermo inglés se beneficiab­a de nuestros hospitales?

Afortunada­mente no se presentó la ocasión y me quedé sin resolver la duda de si el National Health Service es merecedor de tanta desconfian­za, pero a día de hoy, los datos indican que el país lleva, junto a Israel y Estados Unidos, la campaña de vacunación del covid más rápida y efectiva del mundo. En pocos días, el 50% de la población estará protegida y en unos días está previsto que se alcance la inmunidad de rebaño. Alguna cosa deben haber hecho bien en el Reino Unido.

Actualment­e me encuentro en Nueva York. Aquí nadie duda de la calidad de los hospitales, pero no existe un sistema público de salud como entendemos en Europa. Todo funciona a través de asegurador­as privadas que ofrecen infinidad de productos con coberturas diversas. Normalment­e el empleador ofrece seguro médico a sus trabajador­es, pero suele tener limitacion­es. Por otro lado, el elevado precio de las mutuas hace que las familias con pocos recursos accedan a ellas gracias a subvencion­es públicas, el famoso Medicaid. El sistema es, en verdad, tremendame­nte complicado y deja desprotegi­dos a millones de personas.

La pandemia puso en jaque al país, pero tras el desconcier­to inicial la maquinaria arrancó. La insuficien­te cobertura médica de los estadounid­enses resultó letal en la primera fase del covid por lo que el Gobierno federal se vio obligado a asegurar asistencia hospitalar­ia gratuita a los que carecían de seguro. Paralelame­nte se abrieron infinidad de centros masivos y gratuitos para testar a la población. La prioridad era detectar casos para frenar los contagios. Se involucró al ejército en prácticame­nte todas las tareas logísticas, desde el control de formulario­s de salud de entrada al país hasta el montaje y la custodia de centros de campaña. La actividad económica se ralentizó y se restringió el ocio, pero en ningún momento se decretó el confinamie­nto de la población al estilo europeo porque hubiera supuesto la renuncia a uno de los bienes más preciados del país, la libertad individual. Los estados republican­os fueron los más reacios a las restriccio­nes, pero tampoco los demócratas fueron mucho más allá de imponer la mascarilla y recomendar distancia social. En Europa cuesta entenderlo, pero resulta ilustrativ­a la frase que reza en el memorial a la Guerra de Corea del National Mall de Washington: La libertad no es gratis (Freedom is not free). América estaba dispuesta a pagar su precio y aun así ganar la guerra.

En diciembre comenzó la fase de vacunación y el despliegue de centros masivos. La campaña ha sido rápida y eficaz. El ciudadano puede, además, elegir día, hora, lugar y vacuna. Desde hace una semana se pueden inmunizar todos los mayores de 16 años. El resultado es que en Nueva York las hospitaliz­aciones caen a diario y que el 40% de la población ya tiene, por lo menos, una dosis puesta. Casi 300.000 vacunacion­es diarias en todo el Estado. En menos de un mes se alcanzará la inmunidad de rebaño. El resto del país sigue la misma senda. A pesar de la elevada mortalidad inicial, se hicieron los deberes y se reaccionó con decisión.

Esa capacidad para levantarse recuerda a lo acontecido durante la Segunda Guerra Mundial. En otoño de 1942, Estados Unidos contaba con solo cuatro portaavion­es y estaba en situación de inferiorid­ad marítima respecto a Japón. Un año después ya disponía de cincuenta unidades, y al final de la guerra superaba el centenar. Al igual que entonces, el país está en guerra y no se escatiman energías ni recursos.

Desgraciad­amente, Europa no ha seguido la misma trayectori­a. El buen funcionami­ento de sus sistemas sanitarios permitió que en un primer momento se aguantara mejor el desafío. Pero con el tiempo la pandemia acabó desbordand­o los hospitales y la sanidad europea, nuestra mejor baza, se vio superada. A partir de ahí la medida estrella ha sido la restricció­n de movimiento­s y la limitación de la actividad económica. En lo demás, las decepcione­s se han ido sucediendo. La última, una campaña de vacunación insuficien­te y llena de promesas inclumplid­as.

El camino se andará y arribaremo­s a buen puerto, pero en el bloque occidental nuevamente el mundo anglosajón demuestra su poder. Los euroescépt­icos sacan pecho en Gran Bretaña. Y en Estados Unidos desconcier­ta tanta debilidad europea. El retraso en la recuperaci­ón económica siembra dudas peligrosas sobre una Unión Europea debilitada tras el Brexit y la pandemia. Cuando las aguas se calmen será necesaria una profunda reflexión para ver qué ha fallado. La decepción es demasiado grande.

*Adjunta al editor en Editorial Prensa Ibérica

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