Firmas que valen mucho
Dos ejemplos recientes demuestran que el elevado valor de las pinturas es en realidad el valor de la firma, no de la calidad o del contenido del cuadro. Un documental que se estrenará el día 13 en la televisión francesa demostraría que la obra Salvator Mundi sería de los asistentes de Da Vinci, no de este autor. Como obra considerada de Da Vinci se pagaron 450 millones de dólares al propietario, que pagó por ella 1.175 dólares cuando se ignoraba el nombre del posible autor. Otro cuadro, «La coronación de espinas», atribuido al círculo de José Ribera, se iba a subastar en Madrid por un precio de salida de 1.500 euros. La subasta se ha bloqueado al sospecharse que el autor es Caravaggio, en cuyo caso, si se demuestra, su valor ascendería a entre 100 y 150 millones de euros. Ambos cuadros, independientemente de sus autores, son los mismos, sea cual sea la firma, no cambia nada de ellos por ser de un autor o de otro. Sólo cambia que se atribuya a un pintor o a otro. Un garabato de Picasso, por ejemplo, es una pieza millonaria, el mismo garabato, sin firma, no valdría nada. Las firmas tienen un precio y lo que se firma por cualquier persona supone una responsabilidad que a menudo se traduce en un alto coste. Firmar por firmar no es aconsejable. Los hay que firman sin leer lo que firman y quienes lo han perdido todo por una firma.
En el mundo del arte, entre la firma de un desconocido y la de un autor muy valorado, la diferencia es gigantesca. Invertir en un desconocido es un riesgo sin beneficio, pero a veces, excepcionalmente, termina en una gran inversión. Lo que no parece que revele una firma es que un día se pague una fortuna por ella.