El Periódico Aragón

El niño Jesús ha muerto

- Ángela Labordeta PERIODISTA Y ESCRITORA

Hace trece meses un hombre, cuyo rostro no nos era desconocid­o, hablaba a las puertas de la ciudad sobre la Justicia y de la lucha para que haya justicia y de que esta sea igual para todos los hombres, ya sean príncipes u obreros. También hablaba del hambre y del anarquismo y entonaba cánticos revolucion­arios que casi nadie conocía, porque pertenecía­n a un tiempo enterrado por la modernidad y la gran ceremonia de la confusión en la que vivimos instalados desde que alguien argumentó que no hay más verdad que la que se impone desde la más absoluta falacia.

El hombre vestía túnica hasta los pies y era delgado y alto y parecía destinado a ser un rey y sin embargo era un vulgar mendigo y hasta un borracho comentó alguien desde la otra orilla. La gente se reía de él y no lo escuchaban cuando hablaba de los estómagos de los ricos y de la conciencia oculta tras un billete de doscientos euros. Junto a él, se dice, había una muchacho joven y rubio que depositó una lágrima al sentir el mismo odio que el hombre y la misma compasión por todos los desfavorec­idos del planeta.

Cuentan que llegó la noche, una noche fría de una primavera que era casi otoño, y el hombre se quedó allí, a las puertas de la ciudad, solo y desnudo, porque la túnica no era sino una sábana invisible que solo cubría su alma, pero no así su cuerpo que sentía frío y temía a la oscuridad. El hombre seguía hablando en su soledad y se preguntaba preguntas que nadie osa hacerse, porque simplement­e no tienen una respuesta ni cómoda ni fácil. Se preguntaba sobre las cosas y sobre Dios y sobre el alma y se preguntaba sobre el sentido de seguir en un mundo cada día más caníbal y sobre la fuerza del sol y sobre la naturaleza de la luna y sobre el calor y llegó a la conclusión de que las cosas buenas tienen una dirección que los hombres desconocen, porque su única metafísica vital es la de lo inmediato, cuyo fruto es tan efímero como falso. En ese instante nuestro hombre sintió lástima por todos los hombres y mujeres del planeta a los que creía desposeído­s de un sentido tan hermoso como es reconocer y buscar el sentido íntimo de las cosas. El sentido íntimo del amor, pensó, y comenzó a llorar porque él era un humano más y en la tierra todo resultaba falso y había un enorme desacuerdo entre los mares, las flores, los montes y los hombres que se habían empeñado en dejar una herencia sin corona y repleta de espinas.

Iba a amanecer cuando el hombre decidió no despertar, para que el niño que un día fue se quedara muy quieto en su alma y de esa forma jugara con la pesadilla que era su vida. El hombre, dicen, se hizo cada vez más pequeño hasta hacerse invisible y hay quien asegura que ese día el niño Jesús murió definitiva­mente.

El hombre decidió no despertar, para que el niño que un día fue se quedara muy quieto en su alma

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