El Periódico Aragón

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- NANDO SALVÀ eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

Gracias a sus películas se ha convertido en cronista esencial de la contracult­ura musical británica. Ha dirigido dos películas sobre los Sex Pistols y un documental extraordin­ario sobre Joe Strummer, líder de The Clash. Dramatizó la llegada del rock’n’roll a Inglaterra en Principian­tes (1986), que protagoniz­ó David Bowie, y ha dirigido vídeos musicales para los Rolling Stones, Judas Priest, The Kinks y, en realidad, casi todo el mundo. Hoy estrena en España su nuevo trabajo, Crock of gold: bebiendo con Shane MacGowan, en el que repasa la vida y la carrera del legendario frontman de The Pogues.

¿Qué significa MacGowan para usted?

– Lo conozco desde la edad dorada del punk, cuando él era prácticame­nte un niño. Fui yo, de hecho, quien le hizo su primera entrevista. Al principio, el rostro de la escena punk británica era Sid Vicious, que no formaba parte de ninguna banda pero se dejaba ver en todos los conciertos al frente del público. Cuando Sid ingresó en los Sex Pistols, Shane lo reemplazó en esa primera fila de los conciertos, y era imposible no fijarse en él. Aquel muchacho parecía entrar en un trance, absorber toda la energía y la sabiduría que manaban del escenario. Por entonces era imposible imaginar que, con el tiempo, se convertirí­a en un compositor tan magnífico.

MacGowan tiene fama de ser una persona complicada. ¿Le resultó difícil trabajar con él en la película?

– Mucho. Dudé mucho antes de decidirme a dirigirla, porque sabía que iba a ser un proceso doloroso y no estaba seguro de si tendría la fuerza suficiente para completarl­a. Acepté cuando Johnny Depp se involucró en el proyecto como productor. En todo caso, durante el proceso de filmación estuve a punto de abandonar varias veces.

¿Por qué?

– Trabajar con Shane hace que sientas miedo, de que te notes en peligro. En todo momento existe el riesgo de que no se presente a la cita que habías pactado con él o de que, durante la filmación, te humille a ti o haga llorar a alguien. La primera vez que lo visité tras decidirme a hacer la película él estaba viendo un documental sobre el leopardo de las nieves, que es una de las fieras más agresivas y huidizas. No se me habría ocurrido una metáfora más perfecta que esa.

¿Por qué decidió vehicular la película a través de grabacione­s de una serie de conversaci­ones entre MacGowan y varios interlocut­ores?

– Shane detesta las entrevista­s propiament­e dichas, así que tuvimos que echar mano de la creativida­d. Esas conversaci­ones permiten mostrar diferentes facetas de su personalid­ad; cuando habla con Johnny (Depp) se muestra afable; cuando lo hace con Gerry Adams (antiguo líder del Sinn Féin) se le nota respetuoso y reverente; en su charla con Bobby (Gillespie, cantante de Primal Scream) se muestra bastante agresivo. Asimismo, incluimos en la película viejas grabacione­s de audio de entrevista­s que había dado a principios de los 80, en algún backstage de Zúrich o un bar de Zaragoza a las 4 de la mañana. La calidad del sonido era malísima, pero por entonces Shane era mucho más articulado que ahora.

¿Cree usted que la actitud de MacGowan y los prejuicios existentes en torno a su figura han dañado su reputación como músico?

– Sin duda. Desde el principio se lo catalogó como el típico borracho drogadicto que dice cosas escandalos­as cada vez que abre la boca, y eso lo convirtió en una especie de atracción de feria. Él mismo se tomó demasiado en serio su papel de rock star; de algún modo, su adicción a la fama le hizo tanto daño o más que su dependenci­a del alcohol o de la heroína.

«Sabía que iba a ser un proceso doloroso y no estaba seguro de si tendría la fuerza suficiente»

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SERVICIO ESPECIAL ((Julien Temple se ha convertido en un cronista esencial de la contracult­ura musical británica.

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