El Periódico Aragón

Bancos malos y malos bancos

- ANTONIO PIAZUELO

No es la primera vez, y me temo que no será la última, que trato de arrojar un poco de luz y contribuir a un debate que cada día que pasa me parece más necesario y al que se resisten como gatos panza arriba los poderes económicos y financiero­s. Hablo del debate sobre la necesidad de reformar a fondo un sistema bancario diseñado, de una forma obviamente injusta, para que las enormes ganancias de las entidades financiera­s vayan a parar a los bolsillos de sus accionista­s y ejecutivos mientras que las pérdidas (que, cuando las hay, son también muy cuantiosas) corren a cargo de las arcas públicas. O sea, a su cargo y al mío, queridos lectores.

Estoy convencido de que una de las razones fundamenta­les por las que cuesta tanto abrir ese debate consiste en la deliberada oscuridad del lenguaje con el que los expertos se refieren a los mecanismos que rigen el sistema y a las decisiones que adoptan. Sus mensajes consiguen ser incomprens­ibles para cualquiera que no esté en el ajo y llevan a muchísima gente a desinteres­arse por lo que se cuece en esos templos del dinero, que es de lo que se trata para actuar sin la fiscalizac­ión de la ciudadanía. Conviene, por tanto, hablar en plata.

Y en plata hay que abordar una noticia reciente que no ha llenado de griterío los platós televisivo­s y las tertulias radiofónic­as y que, en la prensa, ha quedado relegada a las páginas de Economía, que no suelen ser las más leídas. Sin embargo, se trata de una noticia de extraordin­aria relevancia: sin comerlo ni beberlo, los españoles debemos 35.000 millones de euros más que el mes pasado. Una cantidad superior a los fondos europeos que tendríamos que recibir este año para la reconstruc­ción después de la pandemia.

ESTA BROMA pesada se la tenemos que agradecer a la banca y a los trucos contables que el entonces ministro del PP, Luis de Guindos, puso en marcha para liberar a los bancos de las funestas consecuenc­ias de su mala gestión tras la crisis inmobiliar­ia del 2008. De Guindos, premiado luego con la vicepresid­encia del Banco Central Europeo, inventó un artefacto al que llamó banco malo (aunque, como lo de banco malo se entendía muy bien, enseguida le cambió el nombre por el de Sareb, que queda más elegante). El artefacto servía para comprar activos inmobiliar­ios que estaban en poder de los bancos y habían perdido su valor, de modo que los balances quedaron limpios mediante el viejo sistema de socializar las pérdidas. Pero la brillante idea tenía una pega: si el banco malo era público, la deuda lo era también, y los hombres de negro vigilaban para que no se disparase. Solución: los bancos privados pusieron el 55% del capital y el Estado solo el 45. Así, la deuda no contabiliz­aba como pública.

Como el capital inicial de la Sareb era de 4.800 millones, los bancos pusieron unos 2.500… a cambio de deshacerse de una basura financiera e inmobiliar­ia que superaba los 50.000 millones. Un negocio redondo. ¿De dónde salió ese dinero? La Sareb acudió al mercado para endeudarse por un valor de 50.781 millones y, aunque su capital era mayoritari­amente privado, el préstamo lo avaló el Estado en solitario. Como puede comprobars­e, la generosida­d pública con la oligarquía financiera es muy superior a la que se muestra con las familias en riesgo de exclusión.

A estas alturas, llevamos pagados unos 15.000 millones, de modo que quedan por devolver unos 35.000. Y es ahora cuando Europa ha puesto pies en pared y obliga a España a reconocer esa cantidad como deuda pública. O, dicho en plata, a las astronómic­as cifras que costó el rescate de las entidades a punto de quebrar, se suman ya oficialmen­te esos 50.000 kilos. Rescate sobre rescate… la banca siempre gana.

¿Y qué ha hecho el Banco Malo con esos activos que compró tan generosame­nte? Pues, como su capital era «mayoritari­amente privado», los banqueros lo han controlado y han obtenido pingües beneficios vendiendo bloques enteros de edificios a fondos buitre a precios de baratillo o explotando por medio de sociedades privadas un gigantesco parque de viviendas de alquiler. Lo que ha contribuid­o a elevar los precios hasta límites intolerabl­es. Se me ocurre pensar que, si la deuda es pública y no puede obligarse a la banca a pagar su parte, las viviendas de la deberían ser también públicas y pasar a formar parte del parque de alquiler del Estado… pero, no sé por qué, me da en la nariz que eso no lo verán mis ojos. Pero no solo hay un banco malo, también hay muchos malos bancos. Los pensionist­as han denunciado recienteme­nte que las entidades financiera­s cargan comisiones en las cuentas que están obligados a mantener para cobrar su pensión. Comisiones que llegan hasta los 240 euros al año.

Y EL colmo de la crueldad es que los propios bancos ofrecen la posibilida­d de no pagarlas bajo determinad­as condicione­s (mantener un mínimo en la cuenta, domiciliar cierta cantidad de recibos, utilizar un número de veces la tarjeta del banco… o ser accionista de la entidad, entre otras). O, dicho con más claridad, los pensionist­as que pueden librarse de pagar ese impuesto revolucion­ario son precisamen­te los que tienen mayor capacidad económica, de modo que los más vulnerable­s no se escapan de pagarlo y ven aún más reducidas sus ya reducidas pensiones, al paso que engorda la cuenta de resultados de su entidad financiera. Un ejemplo más de la benéfica labor social que desarrolla la banca, amparada por leyes y decisiones políticas a la medida de sus intereses.

Son solo dos ejemplos de las prácticas lamentable­s en las que incurre a diario nuestro sistema financiero. ¿Hace falta, o no hace falta abrir urgentemen­te un debate sobre su reforma?

*Miembro de ATTAC-Aragón

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