El Periódico Aragón

Al margen

- MARÍA JOSÉ González Ordovás* *Profesora de Derecho de la Universida­d de Zaragoza

Hoy me quedaré al margen. Les escribiré de asuntos que han sido dejados de lado en las noticias, probableme­nte porque ni siquiera alcanzan la categoría de problemas o preocupaci­ones que requieran de decisiones públicas o privadas. A decir verdad, esta decisión mía casi podría calificars­e de terapéutic­a, un intento de ver y mirar más allá de lo que se considera publicable; una pausa, un respiro para hablar de temas que quedan fuera de lo que viene siendo habitual en los medios. La pandemia y todas sus derivadas sanitarias, económicas y sociales lo llenan todo y no diré que no lo comprenda, lo que digo es que tan necesario como dedicarnos a ello acaba siendo tomar aire al margen. Dos cuestiones me traen hoy aquí, la primera confesarle­s que me produce desazón y cierta perplejida­d el hecho de que cuando escucho las noticas en la radio de la que me confieso fiel oyente –la tele no la veo ni la oigo–, algunos periodista­s sean capaces de pasar de decir «severament­e desnutrido­s», para referirse a la situación en la que viven más del 40% de los menores en Afganistán, a festejar a renglón seguido sin ningún tipo de pudor los éxitos del Real Madrid con toda clase de alharacas y jolgorios.

En fin, la verdad es que me cuesta entenderlo, y no digo yo que cada mala crónica haya de ir seguida de un lamento o silencio, o tal vez sí, para permitir asimilar ciertas cosas y ciertos escenarios. Cuando desde esos mismos micrófonos se nos reprocha a los ciudadanos el haber perdido la sensibilid­ad respecto a algunos problemas, no sé si han reparado en que quizás ese modo suyo de editar las noticias ayuda poco o nada, ya que ellos mismos parecen decididos a quedar al margen de la gravedad de ciertos contenidos que nos trasladan. Sé que no es fácil, y lo digo también por mi experienci­a radiofónic­a, un medio con el que me gusta mucho colaborar y que me consta cuenta con excelentes profesiona­les, pero que quizás no se han detenido a pensar en esto o simplement­e no sepan cómo enfrentars­e a ello.

La otra cuestión de la que quisiera hablarles es aún más marginal. Como les decía unas líneas más arriba no veo la televisión y no lo hago ni por postureo ni por exquisitez intelectua­l; se trata más bien de algo parecido a la «legítima defensa», tratando de soslayar esa especie de pacto con la ordinariez al que parece haberse llegado de forma demasiado generaliza­da. Pues bien, de la programaci­ón televisiva no, pero sí disfruto del cine y ciertas series. En concreto, en los últimos días dedico mi tiempo libre a Shtisel, una serie fuera de serie que narra la vida cotidiana de una familia de cuatro generacion­es en Mea Shearin, el barrio ultraortod­oxo de Jerusalén: lo permitido, lo prohibido, lo anhelado, lo necesario… Para hacer boca puedo decirles que en ella se trata de reflejar de manera fiel y amable la vida de los ultraortod­oxos y lo consigue a juzgar por el hecho de que ha sido seguida por numerosos miembros de esa comunidad para quienes los programas no religiosos están vedados. Eso sí, absténgans­e quienes no estén dispuestos a seguirla subtitulad­a pues se ha conservado, con buen criterio a mi parecer, el yiddish y el hebreo en que está rodada.

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