Al margen
Hoy me quedaré al margen. Les escribiré de asuntos que han sido dejados de lado en las noticias, probablemente porque ni siquiera alcanzan la categoría de problemas o preocupaciones que requieran de decisiones públicas o privadas. A decir verdad, esta decisión mía casi podría calificarse de terapéutica, un intento de ver y mirar más allá de lo que se considera publicable; una pausa, un respiro para hablar de temas que quedan fuera de lo que viene siendo habitual en los medios. La pandemia y todas sus derivadas sanitarias, económicas y sociales lo llenan todo y no diré que no lo comprenda, lo que digo es que tan necesario como dedicarnos a ello acaba siendo tomar aire al margen. Dos cuestiones me traen hoy aquí, la primera confesarles que me produce desazón y cierta perplejidad el hecho de que cuando escucho las noticas en la radio de la que me confieso fiel oyente –la tele no la veo ni la oigo–, algunos periodistas sean capaces de pasar de decir «severamente desnutridos», para referirse a la situación en la que viven más del 40% de los menores en Afganistán, a festejar a renglón seguido sin ningún tipo de pudor los éxitos del Real Madrid con toda clase de alharacas y jolgorios.
En fin, la verdad es que me cuesta entenderlo, y no digo yo que cada mala crónica haya de ir seguida de un lamento o silencio, o tal vez sí, para permitir asimilar ciertas cosas y ciertos escenarios. Cuando desde esos mismos micrófonos se nos reprocha a los ciudadanos el haber perdido la sensibilidad respecto a algunos problemas, no sé si han reparado en que quizás ese modo suyo de editar las noticias ayuda poco o nada, ya que ellos mismos parecen decididos a quedar al margen de la gravedad de ciertos contenidos que nos trasladan. Sé que no es fácil, y lo digo también por mi experiencia radiofónica, un medio con el que me gusta mucho colaborar y que me consta cuenta con excelentes profesionales, pero que quizás no se han detenido a pensar en esto o simplemente no sepan cómo enfrentarse a ello.
La otra cuestión de la que quisiera hablarles es aún más marginal. Como les decía unas líneas más arriba no veo la televisión y no lo hago ni por postureo ni por exquisitez intelectual; se trata más bien de algo parecido a la «legítima defensa», tratando de soslayar esa especie de pacto con la ordinariez al que parece haberse llegado de forma demasiado generalizada. Pues bien, de la programación televisiva no, pero sí disfruto del cine y ciertas series. En concreto, en los últimos días dedico mi tiempo libre a Shtisel, una serie fuera de serie que narra la vida cotidiana de una familia de cuatro generaciones en Mea Shearin, el barrio ultraortodoxo de Jerusalén: lo permitido, lo prohibido, lo anhelado, lo necesario… Para hacer boca puedo decirles que en ella se trata de reflejar de manera fiel y amable la vida de los ultraortodoxos y lo consigue a juzgar por el hecho de que ha sido seguida por numerosos miembros de esa comunidad para quienes los programas no religiosos están vedados. Eso sí, absténganse quienes no estén dispuestos a seguirla subtitulada pues se ha conservado, con buen criterio a mi parecer, el yiddish y el hebreo en que está rodada.