La familia real despide a Felipe de Edimburgo sin pompa ni fastos
La ceremonia, aunque solemne, fue sencilla y poco ostentosa, con tan solo 30 invitados La soberana, Isabel II, asistió al oficio religioso aislada del resto de la familia por la pandemia
La realeza lució mascarillas negras y la reina prohibió los uniformes para no perjudicar al príncipe Enrique
En un sábado de primavera luminoso, el príncipe Felipe de Edimburgo fue enterrado en la cripta de la capilla de San Jorge en el castillo de Windsor. El hombre que pasará a la historia como el consorte más longevo de la monarquía británica, reposará allí hasta el fallecimiento de Isabel II. En ese momento los restos de ambos recibirán sepultura en la capilla del templo, donde yacen el padre de la soberana, Jorge VI, y su madre Elizabeth.
La ceremonia fúnebre contó con la solemnidad de los funerales reales, aunque resulto más sencilla, sin la pompa y los fastos de ocasiones similares, debido al coronavirus. La limitación a 30 en el número de invitados al oficio religioso, hizo que el templo de imponentes dimensiones resultara algo desangelado. La reina permaneció sola y aislada del resto de los presentes durante el oficio religioso. El coro, reducido solo a cuatro miembros, hizo maravillas. Los actos del sepelio se circunscribieron al perímetro interior del castillo. No hubo muchedumbres en las calles de Windsor, aunque millones pudieron seguir el funeral en directo en televisión.
CAMPANADAS Y CAÑONAZOS Precedidos por una ceremonia militar con más de 700 participantes, las Fuerzas Armadas habían abierto el cortejo fúnebre en procesión por los jardines del castillo hacia la capilla de San Jorge, entre bandas de música, campanadas y cañonazos. El féretro en roble inglés y revestido de plomo se depositó en un todoterreno Land Rover, color verde oliva, especialmente rediseñado por el propio duque, que había preparado minuciosamente sus propias honras fúnebres. A pie, caminando a cada lado del vehículo, iban el príncipe Carlos y su hermana, la princesa Ana, seguidos por sus hijos Andrés y Eduardo. La soberana llegó a la capilla a bordo de la royal Bentley.
Inevitablemente, los ojos estuvieron puestos en Guillermo y su hermano Enrique que caminaron deliberadamente separados por su primo, Peter Phillips, por decisión de la reina. Era la primera vez que el duque de Sussex se reencontraba con la familia tras la reciente entrevista con Oprah Winfrey. Meghan Markle se ausentó dado el avanzado estado de gestación en que se encuentra.
«LEALTAD INQUEBRANTABLE» $ El servicio religioso en la capilla de San Jorge duró 50 minutos y estuvo a cargo del deán de Windsor y del Arzobispo de Canterbury. No hubo sermón, pero sí loas a la «lealtad inquebrantable» del difunto y a sus deberes para con la nación. También se elogió «su bondad, humor y humanidad» y «su larga vida, que ha sido una bendición para nosotros».
Tal y como se había anunciado, todos los miembros de la realeza llevaron mascarillas negras y vistieron de civil, aunque lucieron sus medallas militares. La reina quiso de esta forma evitar la humillación a su nieto Enrique de ser el único en no portar uniforme militar, al haber perdido los títulos castrenses tras abandonar de forma muy traumática sus funciones oficiales para con la Corona. También se evitó que Andrés fuera vestido de almirante, como pedía, titulo honorifico aún no confirmado. El príncipe vive apartado de la vida pública desde noviembre del 2019 por su conexión con al pederasta estadounidense, Jeffrey Epstein.
Entre el resto de invitados se encontraba, Camila, duquesa de Cornualles, y Catalina, duquesa de Cambridge, así como el resto de los nietos del duque y sus cónyuges. Por parte del finado asistieron tres miembros alemanes de su familia. También fue invitada la condesa de Mountbatten de Birmania, una amiga íntima de Felipe de Edimburgos.