Guillermo y Enrique se vuelven a ver las caras
Los dos príncipes se reencuentran tras la dura entrevista con Oprah
Cerca de dos meses después de la polémica entrevista de los duques de Sussex a la presentadora estadounidense Oprah Winfrey, el príncipe Enrique y su hermano Guillermo se reencontraron ayer en el entierro de su abuelo, el Duque de Edimburgo.
La tensión entre los hermanos fue tal que desfilaron tras el féretro separados por su primo Peter Phillips, por decisión de la reina. Era la primera vez que el duque de Sussex se reencontraba con la familia tras la reciente entrevista con Oprah Winfrey. Ambos vestían de luto civil, habiéndose excluido el uniforme militar para evitar nuevos conflictos familiares, ya que el príncipe Enrique ha perdido los títulos castrenses honoríficos al abandonar sus funciones oficiales para la Corona. La última vez que se vio juntos en público a los dos hijos del heredero al trono británico fue hace un año, justo antes de la marcha definitiva al otro lado del Atlántico de los duques de Sussex. Entonces, ambos acudieron con semblante sombrío a un acto de la Commonwealth en la Abadía de Westminster.
Al final del sepelio, las cámaras captaron a los hermanos conversando en el camino de vuelta al castillo de Windsor. El mayor, Guillermo, parecía llevar la voz cantante, mientras Enrique escuchaba cabizbajo, cubierto por una mascarilla. Meghan Markle se quedó en EEUU por consejo médico debido a su avanzado estado de gestación.
Ser duque de Edimburgo y esposo de la reina Isabel II durante 74 años no ha debido ser una tarea fácil para Felipe, un hombre orgulloso, adiestrado para ejercer el mando en la familia y en la Marina, a la que perteneció hasta 1951. El papel decorativo suele estar reservado a las esposas de los reyes, no a los maridos de las escasas reinas. Esta excepción la sobrellevó con flema británica pese a haber nacido griego en la isla de Corfú. Le ayudó su linaje aristocrático, vivir en castillos, viajar mucho y saberse por encima del bien y del mal.
Cuando cortejaba a la joven Isabel, hija de Jorge VI, el rey tartamudo, los asesores de la futura soberana desaconsejaron el noviazgo debido a su carácter «áspero y maleducado», un rasgo que cultivó hasta la muerte escudado en el humor inglés, un sistema de comunicación que oscila entre la ironía y el sarcasmo, y que gusta mucho en Reino Unido.
Felipe debía ser bastante conservador. En la recesión de 1981, cuando Margaret Thatcher guerreaba contra los mineros, dijo: «Todo el mundo decía que debíamos tener más tiempo libre, y ahora se quejan de que están desempleados». Este tipo de frases lacerantes solo están permitidas a los genios del humor y a las élites. Él pertenecía al segundo grupo.
Un machista
El movimiento #Me Too redujo el nivel de tolerancia de las gracias machistas, a las que el difunto marido de la reina fue propenso. En 1966 afirmó: «Las mujeres británicas no saben cocinar». Aunque en este asunto podría estar de acuerdo –soy hijo de británica–, habría que recordar que la tara afecta también a los hombres. En otra ocasión, durante una visita a Kenia, le espetó a una dama ataviada con prendas autóctonas que le ofrecía un regalo: «¿Es usted una mujer, verdad?».
La periodista Emma Daly, corresponsal en la guerra de Bosnia para The Independent, reveló en su página de Facebook un encuentro
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con el duque durante una cumbre del clima en Costa Rica en 1988. El duque se enfadó y fue grosero porque le preguntó sobre los problemas medioambientales que afectan a mujeres. Tras la rueda de prensa, un asesor de Felipe de Edimburgo le pidió disculpas.
No tendría un papel constitucional, más allá del de figurar («queda inaugurado esto, sea lo que sea», soltó una vez), pero cuando se apagaban los focos y se cerraban las puertas de palacio, era el marido de la reina, el padre y el abuelo de futuros reyes, si es que nada se tuerce.
Similar al de ‘The Crown’
El rol del duque de Edimburgo dentro de los royals debió parecerse bastante al que dibuja la serie The Crown: sarcástico e inteligente. Fue el principal apoyo de Lady Di en los primeros años. La ficción le dibuja como un hombre altivo y sensato en medio de una prole disfuncional. La reina, que tiene 94 años, es la otra excepción: heredó gran parte de la popularidad de su madre, Isabel Bowes-Lyon, que se quedó en Londres durante los bombardeos nazis. Estuvo cerca de su pueblo, visitaba a las víctimas y los lugares atacados. Son cosas que nunca se olvidan.
Les hizo mucho daño la muerte de Lady Di. Tony Blair sacó a Isabel II de su mutismo y estupor. Le recomendó colocar la bandera de Buckingham a media asta y encabezar las muestras de dolor. Las acusaciones de racismo de Meghan Markle, la esposa de Enrique el segundo hijo de Lady Di, auguran problemas. Además, está el caso del príncipe Andrés, hermano del heredero, enredado en un feo asunto de prostitución de lujo dirigido por ahora el difunto Jeffrey Epstein.
Los símbolos patrios
Reino Unido es amante de las tradiciones y de sus símbolos patrios. El 67% de los encuestados en marzo del 2020 apoyaban la institución. Tal vez la cifra sea hoy algo más baja porque han estado desaparecidos durante la pandemia. Otro sondeo publicado este mes indica que un 47% prefiere que el príncipe Guillermo sea el sustituto de la reina, y no Carlos (27%). Otro 18% desea abolir esta forma de gobierno y proclamar la república.
Las monarquías que han logrado adaptarse a un régimen democrático basan su legitimidad en su utilidad a un precio razonable; también en la fascinación que generan el boato y la realeza. De ahí que el poder sea propenso a las fanfarrias, al lujo y a los desfiles. Ser rey o reina es una representación con contrato indefinido, siempre y cuando no maten elefantes en Botsuana ni viajen con maletines de un lado a otro. Sin la disuasión de las armas del pasado y del cuento de que su legitimidad es de origen divino, solo queda la ejemplaridad. En eso, suspenden Juan Carlos de Borbón y la mayoría de los royals británicos. God save
Kings.= us from de