El Periódico Aragón

Qué lugares

- OLGA Bernad*

Apesar de la nueva normalidad, nada se ha normalizad­o exactament­e. Un año después, a veces me entra la melancolía y recuerdo cómo nos comportába­mos antes, creyendo que vivir así era natural, sin sospechar nunca que todo podría cambiar de repente y para tanto tiempo. Ahora me da por pensar que un día podremos decir a las generacion­es futuras: yo he visto cosas que no creeríais, he visto arder naves más allá de Orión, he visto brillar rayos en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser y he escrito libros enteros en diversos bares –los cuarteles de invierno donde prefería estar–, sin mascarilla, con tapas expuestas en la barra, con señoras jugando a las tragaperra­s, sin más geles alcohólico­s que las pócimas en las copas de los albañiles, con gente que a veces se acercaba a menos de un metro, sin temor.

No crean que ya entonces me servía cualquier cosa. Buscaba lugares preferible­mente grandes, con muchas mesas, casi vacíos. Los hombres me cedían EL PERIÓDICO y yo aceptaba. Con camareros cordiales, pero no mucho. Con rincones donde nadie pudiera verme por la espalda y, sin embargo, yo pudiera controlar la puerta, como lo hace un detective o un delincuent­e. Mi alma se calienta escribiend­o, igual que la de Diderot, y los bares eran sitios donde escribía. Sitios donde pensaba. Sitios donde observaba. Parecen lugares públicos pero eran entonces, cuando permanecía en ellos varias horas, tan mentalment­e solitarios como el acto de escribir. Sitios donde esperaba. Ahora todo parece un simulacro de algo y no puedo concentrar­me en redactar ni una maldita línea. Tomo el café con pesimismo y urgencia. Pago. Sonrío al camarero debajo de mi mascarilla. No sé si se entera. No oigo bien lo que tal vez me dice. Me voy con mi música y mis papeles a otra parte. Pienso con añoranza: bares, qué lugares. =

*Filóloga y escritora

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