Blanco y en botella
Adriana Lastra lleva meses llamando a las cosas por su nombre desde la tribuna del Congreso de los diputados: el fascismo es fascismo y no otra cosa. Es neofascismo, franquismo redivivo, cultivado en el invernadero del PP durante las últimas décadas, que ahora se quita la careta y los complejos y vuelve por sus fueros. En su Historia de las ideas políticas Jean Touchard (Tecnos) plantea el problema terminológico: ¿es fascismo o totalitarismo?, reservando el primer término al fascismo italiano. Da igual. Quien copia el modelo comparte la denominación. Afirma Touchard que se trata, antes que una política, de una mitología y que más que proponer un programa, impone un estilo, afirman la primacía de lo irracional por encima de la inteligencia y ese irracionalismo se acompaña de la hostilidad contra los principios de la democracia igualitaria y del sufragio universal. Mussolini afirmaba «la desigualdad irremediable, fecunda y bienhechora de los seres humanos». Como Hitler. Como Vox. En fin, no vamos ahora a descubrir lo que es el fascismo. Los españoles lo sufrimos muchos años. La pena es que aquellas generaciones no hemos sabido transmitir a las siguientes lo que significa auténticamente la palabra libertad, de manera que ahora una antigua falangista se la apropia para defender las cañas en los bares. Esperpento de la política, propaganda basura. Si los que murieron o pasaron años de cárcel luchando por la libertad, tomaran la palabra… El fascismo es fascismo aunque se vista de seda y es lo más cercano a la maldad absoluta. El siglo XX lo demostró sobradamente. La señora Ayuso quiere reunificar a las derechas y gobernar juntos. Para eso convocó las elecciones. Veremos lo que dicen los madrileños. Quiere pactar con el fascismo. ¿Igualito que haría el Sr. Azcón? Democracia o fascismo. O una cosa u otra, porque las dos son incompatibles.
*Profesor de la Universidad de Zaragoza