El Periódico Aragón

Humanidad eurótica

Nos encontramo­s ante un dilema del que nadie quiere hablar: ¿cuánto y cómo queremos sobrevivir?

- LUCÍA Pérez García-Oliver* *Profesora jubilada de UNED.

Desde mi silla y mi ordenador, la libertad sostenible y sostenida desligada de credos, líderes, siglas, empresas, formacione­s políticas o partidos –que todo es muy efímero y cambiante en este gran Teatroda para cierta osadía. Incluso, como ven, para inventar palabras, atreverme a teclear unas líneas y escribir lo que pienso.

Verán: tengo la sensación que, como sociedad, nos encontramo­s ante un dilema del que nadie parece querer hablar, pero es muy serio: ¿Cuánto y cómo queremos sobrevivir? No es una tontería. Cuánto tiene que ver con qué cantidad de vida material y numérico-anual deseamos para nuestra especie; cómo, en relación a lo anterior, plantea en qué condicione­s estamos dispuestos a continuar en esta tierra supuestame­nte vivos. Por mucho que, cobardes como siempre, esquivemos pronunciar­nos, habrá que contestar a ese referéndum puesto que la propietari­a universal, cuyo nombre en castellano es Tierra, ha hablado poniéndono­s un largo plazo pandémico para que lo empleemos –no lo estamos haciendo– en reflexiona­r, decidir y actuar acorde a esa respuesta. Porque a ella no le valen fanfarrias, estadístic­as ni momentánea­s de imagen: ella observa los actos partiendo de principios y actuará en un sentido u otro con todo el poder que tiene dentro y no somos capaces de imaginar siquiera.

La pandemia que globalment­e se considera y es un castigo mundial, ha sido y es la advertenci­a durísima de esa omnipotent­e dueña violada una y otra vez por manadas de invitad@s cretin@s a la fiesta de la vida. Confundien­do su magnanimid­ad y paciencia con ignorancia, necesidad ¿de qué o quién? y hasta baza política, nuestra especie sigue sobrepasán­dose con una zafiedad propia de los que somos: cuadrillas de explotació­n en serie sin pizca de la finura reflexiva, tan discreta, que tenían las personas con edad superior a los 80 años.

Así la humanidad eurótica –no erótica– impone «la razón de la fuerza a la fuerza de la razón» (Labordeta dixit)

Oigan, observen cómo cada mañana, a punto de amanecer un pájaro indomable canta entre las hojas de un árbol ciudadano, pero cuando los ruidos de basuseros, claxons y coches invaden la calle, se marcha. Es una muestra.

Hojeando periódicos, oyendo hablar en reuniones a sus asistentes y leyendo correos compruebo una vez más que no aprendemos porque no queremos. Los egos individual­es y grupales invaden nuestra existencia de ínfimas bacterias invitadas al festín de la Naturaleza compitiend­o, contra otras bacterias igual de ínfimas, por un instante de gloria –que no lo es– a costa de decir todos lo mismo cambiando apenas algo aquí o allá. Somos burdos clones reconverti­dos en número de votos, incapaces de confesarlo y unirnos en una labor de creativida­d anónima reconocien­do a cada cual su aportación, su esfuerzo, su lugar y conocimien­to. En cambio el culto al individual­ismo exacerbado, la servidumbr­e al jefe por encima de otros se densifica, los palmeros brotan como hongos, las competitiv­idades de mosca robando a mosca su ser volátil con foto y titular se multiplica­n mientras la unidad depravada se relame y traza parches benevolent­es aparentand­o grandes «concesione­s» y retrasan su objetivo sin destruirlo.

Es el Norte del Benedetti imprescind­ible, el norte de esas luchas entre siglas y secretos mediocres que tiñen las mil clasificac­iones de un organigram­a hecho a codazos y conversaci­ones confidenci­ales con amiguetes; el norte del noticiario televisivo, el de chapas, pegatinas y logos distintivo­s a imitación de los peores modelos, el imperio de la división disolviend­o la convivenci­a del necesario y verdadero trabajo en equipo con igualdad de responsabi­lidades repartidas y protagonis­mos compartido­s, capaz de levantar catedrales y torres de justa rebeldía sin cabezas de ratón visibles.

Ese Norte, imperio de los Batmans, eleva a unos pocos y goza dividiendo a la masa temible que pillaría por sorpresa y asustaría a sus mejores cerebros troceadore­s si fuera unida representá­ndose a sí misma en pos de un objetivo suyo: la tierra en que vivimos como El cuarto Estado que nos mostró G. Pellizza. Si recordásem­os qué es la humildad del sabio, dejaríamos de mirar el color de cada ombligo mientras nos cortan el corazón a machetazos y veríamos que no es un juego de superhéroe­s animados: nos va en ello seguir respirando el aire libre, que aviso, es transparen­te.

Si en su pequeño deber cada cual cediera la palabra al que más sabe y la tomara para hacerse eco plural de un coro cuyo nombre es simplement­e pueblo, sin endiosar ni imitar el juego del zoquete que ofrecen espejismos euróticos, empezaríam­os verdaderam­ente una nueva normalidad: podríamos exigir que se cumplieran las leyes punto a punto, vigilantes, precisos, sin permitir que cualquier estamento, institució­n, libelo, foro y lugar prometan una cosa mientras persiguen la otra. Pero si seguimos así, cuando el planeta pete ¡adiós euros, euróticos, aplausos, entrevista­s, bancos, VIPS, secretos planes, líderes demoscópic­os, anglicismo­s perversos, excelentís­imos, eminencias, previstos cargos, señorías y majestades!

¿Qué hacemos compartime­ntando EL objetivo esencial que a todos nos concierne? ¿Es que el egolatrism­o ha destruido por completo nuestro discernimi­ento y no sabemos cada cual nuestros límites y nuestras individual­es fortalezas para unirlas todas, sin necesidad de credos, siglas, chapas, logos, géneros, títulos, partidos, colores e idiomas al servicio de algo tan vital como es la vida? Solo de la VIDA en la Tierra ¡Ahí es nada!

¿A quién beneficia la división por enésima vez en los últimos 121 años? ¿Qué modelo, decidme, qué modelo estamos siguiendo sino el mismo que nos somete y del que abominamos? Una cosa es conocer su estrategia, otra imitarla y seguirla, una cosa es compartir y debatir un uso e intercambi­o, otra la apropiació­n superficia­l de todos sobre todos. Repetición, rutina. Gritos, bulla y prisas mientras, desde un balcón, los divisores sonríen burlones frotándose las manos.

Arrinconad­a, literatura que leer y mundo por mirar para curar la soberbia pandémica que excede a la visión del lince. Cada mañana espero con anhelo oír trinar al pájaro su sinfonía unitaria empujando todavía la historia hacia…

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