El Periódico Aragón

El ‘hooliganis­mo’ volátil

- Carmen Lumbierres

Hemos venido a emborracha­rnos, el resultado nos da igual era el cántico coreado en la Puerta del Sol la madrugada del sábado por centenares de personas, no solo jóvenes. Una mezcla de evocación de la liberación de París tras la entrada de los aliados y de nochevieja­s no celebradas mientras sonaban las campanadas. Ese nos da igual que les unía en una camaraderí­a instantáne­a no alcanzaba probableme­nte a las consecuenc­ias mortales que la cadena de contagio nos ha ido enseñando en el último año. Y eso es casi lo peor, la banalizaci­ón de tu conducta irresponsa­ble y el olvido de que ningún problema es solo de los demás. La huida hacia delante pensando que así te despegas de las malas noticias, de la enfermedad, del paro que a ti no te van a alcanzar en esa especie de sortilegio colectivo que ahuyenta el mal.

Ese comportami­ento tribal que llevamos exportando de las celebracio­nes deportivas al resto de los ámbitos, y que lleva a animar a los guardias civiles que salían de Andalucía para mantener la seguridad en Cataluña con un ·a por ellos, oé», a recibirlos en los cuarteles de destino entre aplausos como respuesta a los manifestan­tes que en Barcelona acosaban a los funcionari­os públicos, quemaban contenedor­es, ocupaban aeropuerto­s.

Responder al conflicto con las vísceras es un comportami­ento cada vez más extendido justo cuando la situación requiere de lo contrario. Es verdad que los poderes públicos no tienen un comportami­ento ejemplariz­ante que ayude a reconducir el ambiente colectivo hacia otra dirección, pero no son los únicos responsabl­es. Aunque si, sobre todo algunos, en lugar de intentar sacar provecho de la situación y seguir calentando el ánimo de insurrecci­ón de fin de semana dejarán de pensar en términos de victoria y lo hicieran en ámbitos de colaboraci­ón la respuesta colectiva sería otra.

Responder con las vísceras está cada vez más extendido, justo cuando se requiere lo contrario

Pero no esperemos actitudes individual­es santificad­as desde alguno de los dirigentes como si solo desde arriba se pudiera reconducir la situación. Fue la sociedad vasca la que dijo ¡Basta ya! a un clima de tolerancia con el terrorismo insoportab­le, fue desde abajo donde se empezaron a mover las fichas de un tablero que parecía colapsado. Aplaudir a las ocho de la tarde durante semanas en un ritual que nos costaba poco esfuerzo a ocupar las calles sin medidas de seguridad, mientras hay personas que siguen agonizando, en contra de un enemigo no visible al que cada cual le pone su cabeza de turco. Esa transición colectiva, que ni siquiera mantiene la lealtad que se tiene a los equipos de fútbol, está olvidando que solo la ayuda mutua nos sacará de aquí.

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