El Periódico Aragón

Vivir en el límite con el covid

Gran parte de las comarcas en el eje occidental siguen cerradas perimetral­mente Después del fin del estado de alarma, el tránsito entre comunidade­s es aún mínimo

- EVA GARCÍA RUBÉN TRIGO ZARAGOZA

La vida en las comarcas aragonesas limítrofes con otras comunidade­s no podría entenderse sin el constante trasiego entre localidade­s vecinas. La compra, los amigos o cualquier otro trámite necesario pueden tener como escenario Aragón pero también Navarra, La Rioja, Castilla y León o Castilla-La Mancha, en su vertiente occidental, y Cataluña y la Comunidad Valenciana en el oriental. Y lo mismo sucede para los habitantes de esos territorio­s, siempre bienvenido­s. La vida diaria es de intercambi­o pero ahora se vive distinto al oeste y al este de Aragón tras el fin del estado de alarma, el pasado 9 de mayo. Sobre todo porque los primeros concentran la mayoría de municipios y comarcas aún confinados y los datos de contagios más preocupant­es pese al desconfina­miento perimetral de la comunidad.

FUERTES CONTRASTES La nueva normalidad está más cerca allí, salvo en las zonas que siguen confinadas: las localidade­s de Jaca y Calatayud, y las comarcas de Campo de Borja y Cinco Villas, todas ellas colindante­s, además de la Ribera Alta y Valdejalón. Así, durante la última semana, allí los paseos entre autonomías han estado prácticame­nte vetados. Y eso ofrece fuertes contrastes con zonas con libre circulació­n.

La comarca que más lo ha notado ha sido la de Tarazona y el Moncayo, donde la cabecera dejó de estar cerrada justo con el fin de la alarma. «Hay mucha gente que estudia o trabaja en Ágreda y Tudela» y aunque, en este caso, sí que se podía traspasar la frontera, «es cierto que el fin de semana se acentúa porque mucha gente viene a ver la ciudad o pasear por el Moncayo», explica Luis José Arrechea, alcalde de la localidad. «Aquí el movimiento es continuo», sentencia el primer edil de la ciudad, que linda con Castilla y León, La Rioja y Navarra.

Ahora en Tarazona se ve «otra alegría, con más gente por la calle» y es que «llevamos ya 14 meses con el bicho y existe un gran hartazgo» en la población en general y en el comercio y la hostelería en particular porque «lo están pasando muy mal». También es consciente del riesgo que supone la nueva situación porque «cuántas más personas se muevan, más riesgo existe» por eso «preocupan los datos, pero no solo de Tarazona si no en cualquier sitio». Para el alcalde turiasonen­se el fin de la alarma se tendría que «haber legislado de otra manera» y apuesta por «la vacunación de los jóvenes, porque son los que más se mueven, los que tienen más riesgo y están más cansados», señala.

En el lado opuesto, Calatayud, uno de los municipios más grandes, que sigue cerrado. También pueblo de servicios como Tarazona, nota la falta de afluencia de vecinos de otras localidade­s, que ahora no pueden llegar hasta la ciudad bilbilitan­a. «Tengo amigos que trabajan en los supermerca­dos, y pasan de estar perimetrad­os a no, como de la noche al día. Y se nota que no hay movimiento porque no vienen coches a la estación», expresa Fermín, propietari­o de la cafetería Los Ángeles, ubicada al lado de la estación del AVE.

Arturo, vecino del municipio, muestra su malestar con la situación, después de 10 días ya confinados, mientras descansa en un banco aprovechan­do la buena mañana en Calatayud. «Estamos aburridos y malhumorad­os». Los ciudadanos tienen asumido el cierre, y creen que no había otra opción. «Si de verdad estamos así, lo normal es que nos confinen», dice Rosa Mari en la plaza del Fuerte. Eso sí, ve con resignació­n la libre movilidad de otros. «Nos dijeron que por lo menos estaremos cerrados hasta el 5 o 6 del mes que viene, o sea que aún queda…», ríe. «Confío en que lo están haciendo bien y si toman la decisión es porque tienen los datos para hacerlo. Si no, estamos apañados», aclara Juan, dueño de un estanco.

También está cerrada Jaca, aunque no su comarca, lo que ha hecho que «se notara la movilidad el pasado fin de semana pero muy lentamente porque dependemos de la climatolog­ía» y «de que se levante el confinamie­nto de Jaca», señala Montserrat Castán, presidenta de la Comarca de la Jacetania.

«HARTAZGO» EN EJEA Viajando por las comarcas, la situación es similar, con el cierre como protagonis­ta. Sucede en las Cinco Villas. Ejea, cabecera de comarca, también hace hincapié en «ese hartazgo», lo que provoca que se hayan puesto muchas multas, unas por Sanidad (covid) y otras por el ayuntamien­to (civismo) pero «no podemos entrar en las propiedade­s privadas y eso sí es un foco de contagio ahora mismo» reconoce la alcaldesa de Ejea, Teresa Ladrero. Y, aunque espera que la apertura de la localidad llegue pronto, no descarta «otro confinamie­nto porque «tras la no fiestas ha habido rebrotes».

«Creo que ha llegado un punto en el que no hemos asimiliado la magnitud de la pandemia», dice con tristeza, porque van por su tercer confinamie­nto y la recomposic­ión de la economía «será complicada».

En la Comarca de Campo de Borja, el contacto con los navarros es casi a diario, lo mismo que con Tarazona o Zaragoza, donde «la gente viaja diariament­e, pero hasta ahora se están cumpliendo las normas», reconoce María Eugenia Coloma, presidenta de la comarca. La zona «se estaba posicionan­do muy bien en turismo sostenible y se estaba notando un incremento de los visitantes, sobre todo de familias, además de la Ruta de la Garnacha», asegura.

Albarracín, uno de los lugares más turísticos de la comunidad, tampoco ha notado mucho el trasiego, pese a estar abierto. «Imagino que la gente fue prudente (por el primer fin de semana abierto) y lo celebró en sus lugares de origen», porque en la localidad se notó un aumento mínimo. «Tenemos un indicador muy certero, que es la zona azul» y no hubo un incremento importante. El fundamenta­l visitante en Albarracín es el de la Comunidad Valenciana, así que «se notará en el futuro», confía su alcalde, Miguel Villalta.

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J Los ciudadanos de Ejea pasean por sus calles con la ciudad confinada.
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Arturo, vecino de Calatayud, descansa en un banco de la localidad.
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JAIME GALINDO NURIA SOLER
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