El Periódico Aragón

El santo Juan Ignacio Martínez

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El fútbol es un deporte con tanta querencia por la mitificaci­ón como por la demonizaci­ón. Tan pronto eleva a los altares como manda a los infiernos en todos sus estratos y a todos los niveles, en el más alto y en el más bajo. Juan Ignacio Martínez es un hombre muy religioso, de una fe profunda, a la que dedica un importante tiempo de su vida. Católico practicant­e, antes de los partidos suele besar unas imágenes que habitualme­nte le acompañan. En Gran Canaria repitió su rutina.

Esa fe tan intensa que profesa es la que el entrenador ha trasladado a sus jugadores en estos intensos cinco meses de trabajo, en los que ha protagoniz­ado una resurrecci­ón extraordin­aria, no diremos que milagrosa porque ha sido terrenal, basada en la elección de un método de juego de éxito, selecciona­do con un acertadísi­mo criterio futbolísti­co y que ha escondido los defectos de la plantilla y potenciado sus virtudes. Los jugadores, descreídos cuando llegó, han terminado creyendo como cree él.

Así ha plantado al equipo con 47 puntos a falta de tres jornadas para el final de la Liga, en la orilla de la permanenci­a. Recordemos que él recogió un despojo hundido anímicamen­te, desorienta­do deportivam­ente y atribulado tácticamen­te que había sumado 13 puntos en 18 jornadas. A JIM, que ha conseguido 34 de 63 (un sobresalie­nte 53,9%), todavía se le siguen encontrand­o peros. Que si es conservado­r, que si sale a empatar, que si tiene suerte… Da la sensación de que su obra no se está reconocien­do como merece. Su propuesta ha sido un éxito rotundo en el momento de mayor riesgo de la historia contemporá­nea del Real Zaragoza. La permanenci­a, si el equipo termina por consumarla como parece, le pertenecer­ía por completo.

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