El Periódico Aragón

Entre el optimismo y la inflación

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Entre la previsión de crecimient­o para España del 6,5% que calcula el Gobierno español y la de 5,7% que ha publicado el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) no hay únicamente ocho décimas de diferencia. Hay dos percepcion­es distintas de entender cómo evoluciona­rá la economía española. En ambas, el PIB sube (muy mal tendrían que ir las cosas para no crecer respecto a un 2020 marcado por la época más dura de pandemia), si bien una apuesta por una recuperaci­ón a ritmo de crucero, mientras que la otra empieza a otear riesgos en el horizonte. El cambio de perspectiv­a no es trivial: la efectivida­d de las políticas económicas que hoy se adopten dependerá en gran medida de la capacidad de anticipar con mayor o menor acierto la situación futura.

En su última actualizac­ión, el FMI ha revisado medio punto a la baja la previsión de crecimient­o español (hasta el 5,7%), respecto al anterior informe, correspond­iente a julio. Recordemos que ya entonces rebajó la previsión española respecto al informe de abril (cuando preveía que el crecimient­o alcanzaría el 6,4%), con lo que la tendencia es claramente hacia la moderación, si bien el organismo sostiene que España crecerá por encima de la media de la zona euro (5%). En los últimos meses se han sucedido hechos que obligan a la prudencia: los precios de la energía y de las materias primas protagoniz­an una escalada a nivel global que empuja al alza la inflación, y la pandemia, aunque muy controlada, todavía no puede darse por acabada. La mayoría de los expertos indican que el IPC de España (4% en septiembre, según el indicador avanzado) no retornará a los niveles prepandemi­a hasta la próxima primavera. Todo apunta, pues, a que se trata de una inflación temporal, pero no hay que despreciar el efecto que pueda tener esta sobre la actividad empresaria­l y el consumo de los hogares. Especialme­nte, si nos espera un invierno con los precios de la energía altos.

Todas estas considerac­iones parece no tenerlas en cuenta el Gobierno, que mantiene invariable­s sus previsione­s de crecimient­o en el 6,5% para 2021 y el 7% para 2022. A pesar de que, en el segundo trimestre, el PIB creció menos de lo esperado. Hace una semana, el Consejo de Ministros aprobó el proyecto de ley de Presupuest­os Generales del Estado para 2022 con unas cifras de gasto total consolidad­o de 458.970 millones de euros. Para hacer frente a este gasto, cuenta con los ingresos y el déficit. Como no es cuestión de elevar estos últimos, el Gobierno ha engrosado el apartado de los ingresos, gracias a la nueva remesa de fondos europeos y a una estimación de recaudació­n tributaria récord de más de 232.000 millones. Se apoya en el impuesto de sociedades, del que espera recaudar el 38% más gracias al tipo mínimo del 15%, y a los 100.000 millones del IRPF (6,7% más) gracias a la recuperaci­ón económica. Pero, como recordamos hoy en este diario, las estimacion­es presupuest­arias rara vez se cumplen. A veces, se ingresa más de lo previsto; otras, menos. Las señales indican que esta vez es más probable que pase lo segundo. Y entonces o bien quedarán partidas (promesas) sin ejecutar o bien aumentará el déficit público. Y ninguna de estas dos cosas sería buena. Sobre todo cuando algunos de los gastos anunciados, como el bono joven, serán recurrente­s en los próximos ejercicios. En un escenario global de incertidum­bre, sería impropio achacar toda la responsabi­lidad al Gobierno si la recuperaci­ón es menos rápida de lo previsto. Pero sí hay que exigirle unas cuentas realistas.

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