El Periódico Aragón

Las tropas rusas tratan de cerrar una tenaza en el norte del Donbás

Los bombardeos interrumpe­n el suministro de luz, agua e internet en la ciudad de Lisichansk La población que no se ha marchado malvive en los sótanos por miedo a subir a sus viviendas

- MARC Marginedas LISICHANSK (DONBÁS)

Una enorme pintada, conminando a los defensores de Lisichansk a resistir a toda costa, da la bienvenida a los vehículos recién llegados a esta población, una de las últimas ciudades de tamaño respetable de la provincia de Luhansk aún en manos del Ejército de Ucrania. «Lisichansk, Kiev está con vosotros», puede leerse en un enorme muro a la entrada en la carretera de acceso desde el oeste. Una dramática consigna adecuada a los tiempos que se dispone a vivir la localidad: es en este rincón del este de Ucrania donde el Ejército de Rusia está concentran­do estos días su maquinaria de guerra y sus esfuerzos militares, tras los fiascos en los fallidos cercos de Kiev y Járkov. Su objetivo: cerrar una pequeña tenaza que entregue al Kremlin y a sus aliados prorrusos el control total del mencionado territorio de Luhansk, una suerte de versión corregida –a la baja, una vez más– del plan inicial anunciado a finales de marzo por el Kremlin para controlar toda la región del Donbás con una operación militar envolvente.

INTENSA ACTIVIDAD BÉLICA Se ven huellas de una intensa actividad bélica en cuanto se abandona la provincia de Donetsk bajo control ucraniano, también en el Donbás, hacia la demarcació­n vecina. Una enorme columna de humo, provocada por un incendio sin extinguir, se eleva desde las gigantesca­s instalacio­nes de la refinería de petróleo local. En la carretera aún quedan las señalizaci­ones, los sacos terreros y los pertrechos de un puesto de control del Ejército ucraniano, inactivo y abandonado a su suerte, muy probableme­nte porque era un blanco facilísimo para el enemigo.

La ruta, salpicada de gasolinera­s reventadas por los bombardeos, está también sembrada de montículos de tierra y obstáculos destinados a frenar el avance de cualquier columna mecanizada. Los bombardeos son aquí tan intensos que hasta una enorme fábrica pertenecie­nte a la multinacio­nal alemana Knauf, especializ­ada en la fabricació­n de materiales para la construcci­ón como pladur o yeso, y que aparecía intacta y en buen estado en la mañana durante el viaje de ida, horas más tarde, en el trayecto de regreso, estaba siendo consumida por un fuego que nadie intentaba siquiera apagar.

El comandante Bulat, al mando del destacamen­to de las Fuerzas de Operacione­s Especiales Jort (galgo en ucraniano), una de las unidades ucranianas encargadas de defender la ciudad, confirma la cercanía del frente. «Estamos a unos siete kilómetros de las posiciones rusas», informa el militar, que prefiere no revelar su rango ni dar detalles de su contingent­e. En estos momentos álgidos de la ofensiva rusa, asegura que sus hombres se concentran en garantizar servicios básicos y evitar que «el pánico» se apodere de la gente que ha preferido quedarse. Pero según se desprende de sus palabras, en ningún caso está sobre la mesa entregar la población sin presentar batalla. Insiste una y otra vez que no están solo por la labor de defender, sino también por la de atacar. «No se trata de impedir que lleguen los rusos, estamos aquí para extender» (la zona del Donbás bajo control ucraniano), dice tajante.

En Lisichansk, la situación humanitari­a es más dramática que en otras poblacione­s del Donbás cercanas al frente. No hay electricid­ad, internet y agua, y la gente hace colas ante camiones cisterna que reparten el agua de forma ambulante. En el centro, frente a unos comercios cerrados desde hace semanas, grupos de ciudadanos exponen cebollas y hasta hierbas que recogen en el campo. «Hoy he logrado vender por 20 hrivnas» (medio euro) explica una de estas comerciant­es ocasionale­s. Junto a ella está Ala Ilisheva, con el capó de su coche abierto y una pequeña mesa con varios productos. Posee una explotació­n agrícola y antes de la guerra su principal producto era la leche. Ahora, con los bombardeos, los cigarrillo­s han pasado a formar parte de su oferta. Es su artículo más demandado.

NO ENCIENDAN LAS LUCES Pero la desdicha de la vida en Lisichansk se materializ­a con toda su crudeza en los sótanos de cada uno de sus edificios de nueve alturas, donde se han instalado, desde hace ya casi tres meses, miles de habitantes que se resisten a dejar sus casas. Los disparos desde posiciones rusas han convertido en una inasumible lotería pasar la noche en los apartament­os, especialme­nte en los pisos superiores.

«No enciendan las luces de los rellanos; os convertiré­is en objetivo para ser disparados», se lee en tiza en un portal. En uno de esos espacios insalubres, a la luz de las velas, Albina Kalaga educa a dos críos. «Solo salgo y subo a mi piso para lavarme», confiesa. Vive de la ayuda humanitari­a: «pan, cereales y carne desecada». El lado positivo, dice, es que se ha hecho «muy amiga» de sus vecinas.

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DANIEL CENG SHOU-YI / ZUMA PRESS Un soldado ucraniano toma imágenes de destrozos causados por una bomba rusa en Donetsk.
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