El Periódico Aragón

Es ahora un erial en ruinas, sin más valor que su ubicación geográfica

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mea. «No creo que vaya a tener ningún efecto en el curso de esta guerra», asegura el analista ruso del Crisis Group, Oleg Ignatov.

«La captura de Mariúpol se esperaba desde hace tiempo. El Ejército ruso ya había trasladado el grueso de sus tropas en la ciudad a otras zonas del Donbás, de modo que la toma de Azovstal no liberará demasiados efectivos. En estos momentos, el valor de Mariúpol es más que nada simbólico», añade Ignatov. De las grandes ciudades ucranianas, el Kremlin solo había conquistad­o hasta ahora el puerto meridional de Jersón, que cayó en la primera semana de la guerra. Sus objetivos más ampulosos se han ido deshinchan­do de forma calamitosa. En el norte, tuvo que retirarse de Kiev, Chernígiv y Sumi tras semanas de asedio incesante. Y más recienteme­nte ha sido prácticame­nte expulsado de la región de Járkov, la segunda ciudad del país, situada en el nordeste.

Eso deja al Donbás como la clave de esta guerra, donde se podría decidir si el Ejército ruso trata eventualme­nte de conquistar también Odesa para hacerse con todos los accesos ucranianos al mar Negro y utilizarla potencialm­ente para unirla con la Transnistr­ia moldava, o se queda estancado donde está.

Con el tiempo en contra

Los analistas coinciden en que el tiempo corre en su contra, dado el armamento pesado que le está llegando al Ejército ucraniano desde Occidente. «Los rusos se están quedando sin equipamien­to, particular­mente misiles avanzados y los ucranianos se están haciendo más fuertes», dijo a France Presse el analista del Royal United Services Institute británico, Neil Melvin.

Pero el Kremlin puede utilizar a los militares del Batallón Azov, que defendían Azovstal, para reforzar su narrativa. Putin los había convertido en el símbolo de la ideología fascista, y ahora muchos están en poder de sus tropas. Desde la Duma rusa se pide que sean juzgados como «criminales de guerra». funcionari­o hurgue en su boca. La obligación se ventila en apenas unos minutos, sin incomodida­des ni protestas, y con la amenaza de que escaquears­e teñirá de rojo el código de salud del teléfono móvil que se exige en los escasos espacios públicos abiertos. También lo reclaman desde esta mañana a la entrada de los hutongs, los barrios antiguos de callejuela­s y casas bajas.

Pekín ha anunciado esta semana una nueva ronda de test diarios en la mayoría de distritos. La finalidad es controlar el brote e impedir que adquiera las dimensione­s que han obligado al doloroso y largo encierro de Shanghái. Desde su inicio han revelado cifras sobre la cincuenten­a de casos con terca regularida­d. Los 69 del pasado martes generaron cierta inquietud y los 49 de ayer, con cuatro casos en la comunidad, devolviero­n la rutina. Muy lejos quedan los 13.000 casos diarios que esperó Shanghái para imponer la cuarentena integral. El tormento en el pulmón financiero de China parece, esta vez sí, que toca a su fin después de seis semanas, 620.000 casos y 576 muertos.

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