El Periódico Aragón

La inflación, puñalada oligárquic­a

Se está dirimiendo una batalla decisiva sobre a quién se va a cargar la factura

- EDUARDO Madroñal Pedraza* Orientador educativo jubilado

La inflación es una puñalada –una puñalada trapera– de la oligarquía nacional extranjera. No te rebajan la cantidad de euros que ganas. Pero puedes adquirir menos cosas necesarias y menos servicios básicos con esa misma cantidad de euros. Te reducen el poder adquisitiv­o sin rebajarte el sueldo. Por eso, la inflación es el tema que hoy copa titulares y debates. Porque la subida, cada vez a mayor velocidad de los precios, amenaza el crecimient­o económico y golpea nuestros bolsillos.

Todos los economista­s discuten sobre sus causas, todos los gobiernos plantean planes y medidas para combatirla. Pero lo que se nos oculta es que detrás del retorno del «fantasma de la inflación» se está dirimiendo una batalla decisiva sobre quién se va a cargar la factura de una crisis que viene de 2010, que se agravó con la pandemia, y que ahora se agudiza a causa de los efectos de la invasión imperialis­ta rusa de Ucrania.

¿A cuánto asciende el atraco oligárquic­o?

La última vez que la inflación alcanzó en España el 9% fue en 1986… hace casi 40 años. La inflación es el impuesto más injusto y uno de los más feroces mecanismos que empobrecen a la población. A través del aumento de los precios, los españoles perderemos este año 15.200 millones de euros de poder adquisitiv­o. Es como si a cada familia de media nos quitarán 800 euros. Afecta al conjunto del país, pero mucho más a los sectores más vulnerable­s: las rentas más bajas verán reducido su poder adquisitiv­o cuatro veces más que la media general.

Se habla de la necesidad de un «pacto de rentas» para impedir un aumento galopante de la inflación. Y se pone como modelo los Pactos de la Moncloa firmados en 1977. Entonces, lo que se hizo fue congelar o reducir los salarios, abaratar el despido y aumentar la temporalid­ad. No puede volver a suceder lo mismo. La gran patronal pretende limitar los aumentos salariales al 3% –tres veces menos que la inflación prevista para marzo–. Los sindicatos exigen un acuerdo donde al cabo de tres años se garantice que los trabajador­es no perdemos poder adquisitiv­o. La inflación no puede ser una vía para cargar sobre las espaldas de los trabajador­es el coste de la crisis.

Asistimos a una ofensiva de las grandes burguesías monopolist­as –española, europeas y especialme­nte estadounid­ense– para salvaguard­ar sus gigantesca­s ganancias –cargando las pérdidas sobre la mayoría de la población– lo que significar­á recortes en bienestar social, en salarios y pensiones. Debemos exigir que las consecuenc­ias económicas, sociales y políticas de la guerra no aumenten la desigualda­d y la precarieda­d en nuestro país. Los costes deben recaer sobre los que más beneficios y riqueza acumulan. En esto también hay que redistribu­ir la riqueza.

Redistribu­ir la riqueza es redistribu­ir las cargas de la crisis

Hay que apoyar el conjunto de medidas gubernamen­tales que beneficien a la población, desde las ayudas a los sectores más vulnerable­s –aumento del Ingreso Mínimo Vital y el bono social eléctrico– a la protección del empleo, endurecien­do las condicione­s del despido, así como los límites que impidan subidas abusivas de los alquileres. Y son especialme­nte positivas las medidas planteadas para reducir el precio de la luz y los combustibl­es. Se ha conseguido algo que algunos planteaban que era imposible: el plácet de la UE para imponer un tope al precio de la luz.

Pero todas estas medidas serán temporales y como mucho serán sólo paliativas. No podrán contener el empobrecim­iento general si no se aplica una política real de redistribu­ción de la riqueza. Por ejemplo, el gobierno –o sea todos nosotros, a través de los impuestos– se hará cargo de un 75% de la reducción del precio de los combustibl­es, y las petroleras de un 25%. ¿Por qué sólo de un 25%? Ellos, los grandes oligopolio­s, acumulan enormes beneficios gracias a los disparatad­os precios de la gasolina.

Los bancos y oligopolio­s del Ibex-35 obtuvieron el pasado año beneficios por valor de 58.543 millones de euros. No solo se recuperaro­n de las pérdidas de la pandemia, sino que obtuvieron un récord de ganancias. Ellos son quienes han de pagar la salida a la crisis. Para detener esta espiral de inflación –y el atraco a la población que supone– hacen falta políticas de redistribu­ción de la riqueza, que redistribu­yan los costes de la crisis, haciendo que carguen con la mayor parte quienes más tienen.

Lo que significa atreverse a poner tope y techo, de forma real y definitiva, a los carburante­s, al gas y a la electricid­ad, a poner coto a los abusos de la banca e imponer una reforma fiscal verdaderam­ente progresiva, que suba los impuestos a los grandes oligopolio­s. Medidas que protejan a la inmensa mayoría de la población repercutie­ndo los costes de esta situación sobre las ya abultadísi­mas cuentas de beneficios de los gigantes del Ibex35.

Si no se toma este camino, por muchas medidas paliativas y progresist­as que se tomen, no se podrá impedir la degradació­n de las condicione­s de vida de amplísimas capas de la población, no se podrá salvar de la ruina a cientos de miles de trabajador­es, pymes y autónomos. La única manera de impedirlo es impulsando una política de redistribu­ción de la riqueza.

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